Buscar

lunes, 9 de octubre de 2017

Los “Oguis”, dos amigos del alma



El taller mecánico de los “Hermanos Palacios” es su lugar favorito. Cuando un automóvil se estaciona, uno se apuesta en la parte delantera y el otro en la trasera. Y si aparece algún extraño, ambos lanzan la alerta con sus ladridos. El mundo de las tuercas y los fierros es su pasión, y todo indica que han asumido como su trabajo el de la vigilancia de vehículos.

La gente que los conoce les llama de distintas maneras: “Los gemelitos”, “Los hermanitos”, “Chocos”, a veces, como vemos, personificándolos, tal cual solemos hacer muchos en nuestras casas. O simplemente les silban para captar su atención. Pocos saben cuáles son los verdaderos nombres de estos perros y, sin embargo, no escatiman su cariño hacia ellos…

Animales con alma

El concepto de que los animales tienen alma es aceptado por unos y rechazado por otros. Hasta el papa Juan Pablo II asombró al mundo en 1990 al afirmar que “los animales poseen alma y los seres humanos deben amar y solidarizarse con esos hermanos menores”.

Incluso, el ahora San Juan Pablo II dijo que todos los animales son “fruto de la acción creadora del Espíritu Santo y merecen respeto” pues están “tan cerca de Dios como lo están los humanos”.

La afirmación de que los animales tienen alma pareciera que es real en el caso de ‘Ogui’ y ‘Ogui Junior’; sí, así se llaman los canes mestizos de esta historia, sobre cuya existencia se tejieron algunas leyendas urbanas. Una de ellas dice que su ama era una anciana que, al morir súbitamente, los dejó desamparados.

Después de mucho andar y preguntar, ECOS finalmente pudo encontrar al responsable del cuidado de estos perros: se trata de Gregorio Paracagua y su familia.

De acuerdo con su versión, criaron a Ogui desde bebé y resulta que un día, cuando tenía unos cinco años, apareció con otro can, parecido a él, que aparentemente vivía en el barrio San Francisco (frente a Wayra Pata).

Dicen que desde el momento en que se conocieron, nunca más se separaron. Esto pese a que, a lo largo de casi 10 años, varias veces intentaron separarlos. Así, Ogui y Ogui Junior se convirtieron en “amigos del alma”.

La aceptación oficial

La obstinada amistad de estos dos curiosos perros terminó por convencer a la familia Paracagua, que aceptó al amigo de Ogui en su vida. Con el transcurso del tiempo, notaron que ambos se volvieron cuidadores del vehículo del yerno de la casa. Aunque otra de sus mayores satisfacciones era también pasear sobre cuatro ruedas.

Pero algo hizo que esta historia tomara un giro inesperado para ellos. Hace casi dos años la hija de Paracagua y su esposo se fueron a vivir a la República Argentina y los perros quedaron bajo el cuidado del resto de la familia.

Entonces, ocurrió algo que sorprendió a todos. “De un día para otro desaparecieron los perros, era como si hubiesen dicho: ‘Como ya no hay auto para cuidar, mejor nos vamos’. Los buscamos mucho tiempo hasta que los hallamos y los trajimos de nuevo a nuestra casa. No pasaron ni 15 minutos que se volvieron a ir. A veces vienen a comer, pero se van otra vez: quieren cuidar autos”, concluye Gregorio Paracagua.

Estos dos animales se parecen mucho; ambos son de color camello, solo que mientras Ogui es más pequeño y tiene 15 años de edad, Ogui Junior —como lo bautizaron— anda con la vista afectada y aparenta ser mayor que su compañero. Evidentemente se han convertido en un par de ancianos que, pese a cargar un largo tiempo sobre sus lomos y a las inevitables dolencias, siguen atentos, vigilantes y cariñosos.

En el taller de los Palacios

Uno de los trabajadores del taller mecánico de los Hermanos Palacios cuenta que los Oguis aparecieron hace más de un año en la calle Ovidio Céspedes atraídos por “Broca”, la perra del taller. Desde entonces se quedaron a vivir en esa calle y, gracias a su carácter afable y tranquilo, entablaron amistad con los mecánicos, con los ayudantes e incluso con algunos vecinos. Dicen que una característica común en ellos es que les encanta pasear en auto.

Poco a poco, la gente solidaria empezó a alimentarlos; dado su aspecto famélico, todo era bienvenido para saciar su hambre. Los ancianos beneficiarios, como si estuvieran devolviendo el favor, por su parte comenzaron a cuidar “voluntariamente” los vehículos estacionados. Dos mujeres con el corazón de oro, las profesoras María Luisa Reyes y Angélica Oblitas, decidieron apoyar desinteresadamente al dúo desamparado: Reyes se encarga de darles alimento balanceado en las mañanas y Oblitas les compra comida de pensión cada día.

“Daban pena, eran piel y hueso, ahora están bien. Cuando Angélica está llegando de la pensión, ellos le esperan en la esquina y la escoltan por ambos lados hasta llegar a su casa saltando de alegría”, comenta Reyes.

Una noche, mientras llovía torrencialmente, el agua bajaba cual caudaloso río por la calle. Oblitas los vio por la ventana totalmente mojados y sin un lugar donde guarecerse. Al enterarse de esto, Reyes mandó a construir una casita para que los Oguis se resguarden de las inclemencias del tiempo, pero, como quedó chica, encargó otra similar. Ahora ambas están instaladas en una acera ancha, en la que no obstaculizan el tránsito.

“Los perritos nos protegen, son guardianes, especialmente cuando hay actuaciones en el Teatro al Aire Libre, este lugar se llena de mucha gente ebria”, aclara una de las dos mujeres.

Felizmente para ellos, este par de amigos del alma transitan la última etapa de su vida sin mayores sobresaltos. •

No hay comentarios:

Publicar un comentario