PROYECTOS
Richard Mateos es de Santa Cruz de Tenerife (España), es historiador, pero trabajó como periodista freelance y ha realizado un documental sobre las murallas en Marruecos. Quiere escribir un libro para contar la discapacidad en Bolivia.
Realizó un documental en la frontera española con África, es periodista freelance y desde que se mudó a Bolivia hace algo más de un año y medio, se ha convertido en un activista por las personas con discapacidad. Su nombre es Richard Mateos y junto con su perra guía recorre el país probando cuán difícil es para una persona ciega, desenvolverse en las ciudades.
Todo comenzó con un incidente en una famosa cadena de supermercados en Santa Cruz, el Hipermaxi, cuando le impidieron el ingreso en compañía de su perra Mali, pese a que la normativa internacional reconoce que las personas con discapacidad deben tener acceso a lugares y servicios de uso público como cualquier otra persona y que los Estados deben garantizar que puedan acceder a asistencia humana o animal e intermediarios, según la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad, de las Naciones Unidas.
Tras la “viralización” del hecho, el supermercado ofreció disculpas y le dijo que le permitiría el ingreso de manera “temporal, al ser extranjero”, según Mateos.
La respuesta del supermercado que prácticamente accedía a una excepción temporal, llamó tanto la atención de Mateos que decidió ver qué pasaba en otros lugares y contar cómo se vive con discapacidad en Bolivia, todo como parte de un proyecto que tiene como meta la publicación de un libro.
Es así que decidió vivir en Bolivia. Reside en La Paz, pero luego de un año y medio de visitar algunos sitios, calcula quedarse hasta cumplir su segundo año de estadía; aunque reconoce que le gustaría estar más tiempo en el país, si los trámites para la residencia no serían tan burocráticos.
En Santa Cruz fue donde tuvo más problemas, ya que de manera muy continua tuvo que explicar a los propietarios de algunos lugares que Mali, su perro guía, no es una mascota y que tiene derecho a ingresar con él, aunque en el lugar no se permitan animales.
En todo caso, explicar es el paso más sencillo y al que está más acostumbrado, el problema es que pese a ello, algunas personas simplemente no acceden a su pedido.
En La Paz la situación fue similar; cuenta que luego de intentar convencer a los guardias de seguridad de un centro comercial muy conocido, de que tiene derecho a ingresar con su guía, tuvo que ser escoltado por los guardias para lograr almorzar en el sitio. Para sumar, los guardias le dieron pemiso para subir sólo a un piso, uno en el que “no había mucha gente”, recuerda.
SU VISITA A LA CAPITAL
Pero Mateos quiso experimentar en Sucre y saber qué es lo que pasa cuando acude a un lugar con un perro guía y se encontró con sorpresas.
En uno de sus primeros días fue a uno de los cafés más céntricos de la ciudad, donde las mujeres que lo atendieron lo recibieron con gran apertura y no le cuestionaron sobre Mali. Al salir del café, el personal incluso le acompañó por la plaza 25 de Mayo, para enrumbar sus pasos.
En general, la visita de Mateos a distintos lugares tuvo una acertada respuesta de la gente, que no sólo fue hospitalaria, sino que en todo momento se ofrecía a ayudarle a cruzar calles o a dirigirse adecuadamente.
El lunes, en uno de sus últimos días de visita a Sucre, Mateos acudió a otro café en el centro de la ciudad, uno de los lugares más populares de Sucre.
Guiado por Mali, se transportó hasta el centro de la ciudad en micro, donde el conductor ni los pasajeros objetaron la presencia de su perro lazarillo que se detiene cuando él debe subir o bajar gradas y se interpone en su camino para indicarle que debe desviar sus pasos para evitar chocarse.
En la calle todos querían tocar a Mali, una labrador de color negro que llama la atención por su tamaño, por su actitud pasiva y sobretodo porque tiene una correa distinta, sostenida por un hombre de 39 años de edad que puede transitar solo, gracias a ella.
Ya en el café, apenas entró Richard, se acercó uno de los camareros con rostro bastante afligido que le dijo que lo sentía, pero que en el lugar no se permiten mascotas.
No es la primera vez que Richard escuchó esto, menos aún en Bolivia, donde las personas con discapacidad visual no tienen la posibilidad de acceder a un perro guía, salvo emprendan por su cuenta una campaña en busca de apoyo internacional. Y es que tener un can de ese tipo implica un arduo proceso de capacitación, tanto del perro como del ser humano.
“Lo que pasa es que no es una mascota, es un perro guía”, explicó, pero de todas maneras el joven reiteró la prohibición, con las manos juntas como rogando que se retire, sin hacer más reclamos.
Tras varios minutos de espera y consultas tras la repisa, finalmente se acercó otra persona que le permitió entrar, siempre y cuando deje al perro debajo de la mesa. “Claro”, respondió Richard, “está entrenado para eso”, acotó.
“Es que a veces los perros pueden ser malos”, justificó la encargada. Richard explica que la razón de las prohibiciones es debido a que la gente desconoce de lo que hace un perro guía y cómo ha sido entrenado para servir a alguien que no puede ver.
Desde pequeños, estos perros son criados en un entorno familiar y posteriormente pasan a un centro de adiestramiento donde aprenden a seguir órdenes e incluso a medir sus pasos con relación al otro al que deben guiar.
Luego de mucho tiempo de preparación y cuidado, los canes practican en calles, centros comerciales, trenes, buses e incluso aviones, pues deben acompañar a ciegos en todo momento.
Su cuidado es también exigente y cada año el propietario debe probar que el can está en buen estado.
Pero antes de tenerlo, Richard también pasó pruebas y esperó unos dos años y medio, acudiendo a la vía más rápida, la de pedir un perro desde EEUU, y no de España, donde residía.
Viajó hasta el país del norte sólo para traer a su perro y el costo de pasajes los cubrió el instituto que trabaja en eso, razón por la que alienta a personas con discapacidad visual a buscar financiamientos y apoyo.
Pasó pruebas de orientación y otras en las que observadores verificaron si se podía acostumbrar a caminar con un perro, y lo logró.
Por eso, cuando le preguntan si Mali muerde o le recomiendan que la controle, Richard afirma que el perro está completamente capacitado para actuar ante distintas situaciones, en las que incluso puede salvarle la vida, por lo que le ha dolido cuando alguna vez le piden que la deje o que se siente cerca de la puerta por estar con ella, como le ha pasado en algunos lugares.
Ya en las instituciones púbicas como la Alcaldía o la Gobernación, Richard decidió probar cómo le atendían o si le prohibían el ingreso con un can. Empero, tanto los funcionarios de informaciones de la Municipalidad como de Comunicaciones de la instancia departamental fueron atentos al recibirlo, aunque eso sí, para llegar a las oficinas que buscaba debía subir varias gradas porque no hay rampas en esos edificios.
Sin embargo, hubo una diferencia notoria en la atención en esos lugares. En la Alcaldía, una guardia municipal acudió rápidamente a preguntarle qué necesitaba y si le podía llevar donde quería, aunque su primer instinto fue intentar tomar la correa del perro, algo que no es recomendable, ya que es la persona ciega la que debe tenerla siempre.
En el caso de la Gobernación, no había ningún policía que controle su ingreso, ni siquiera en la caseta de informaciones.
Cuando salía del lugar, un efectivo lo vio, pero no le hizo ninguna pregunta.
Para Richard su experiencia en Sucre fue positiva, porque notó la amabilidad de mucha gente y remarcó que precisamente su interés es ir a lugares donde las personas no están acostumbradas a recibir a un ciego o una persona diversa, como él prefiere que se llamen a todas las personas con discapacidad.
Su objetivo es crear conciencia y abrir caminos, algo que sin duda, está logrando.
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