A su llamado, la tarde del domingo 24 de abril, un voluntario de la organización Animales SOS llegó al lugar para encontrar a la pequeña ch’api café jaspeado empapada en su diarrea. Quería incorporarse pero sólo lograba batir sus patas delanteras, recuerda Susana Carpio, directora de esa ONG.
Tenía paralizada la parte posterior de su cuerpo por el moquillo (distemper canino) que la afectaba, enfermedad que ataca al sistema nervioso en su fase terminal. Ante la gravedad de su estado, optaron por “dormirla”.
Carpio presume que algún comerciante ilegal de perros la botó como “mercancía inservible” para que muriera atropellada. Es usual que dejen a los canes enfermos al concluir las dos ferias semanales de la 16 de Julio, dice la activista que recogió a muchos de ellos.
La esquina de la tortura
Todos los jueves y domingos, gran cantidad de personas pasa por la esquina de la avenida Juan Pablo II y la calle Fornier.
En su visita a la feria de la 16 de Julio, casi todos pasan indiferentes topando, pateando y hasta pisando los costales de plástico que siempre están en el piso, al lado de una venta de jugos de quinua.
Aparentan ser saquillos con papa u otro producto. Sólo cuando se escucha ladrar o se ve el movimiento de las bolsas, las personas se percatan de que hay un ser vivo dentro: pequeños perros y gatos. Aunque para los asiduos a esa feria eso ya no les inmuta.
Unos pasos más allá, en plena esquina, tres o cuatro mujeres vigilan otros saquillos y bolsas que contienen animales. Es el punto de acopio al cual desde las seis de la mañana llegan una tras otra las personas dedicadas a hacer reproducir a estas mascotas.
De allí, muchas son llevadas en los talegos y en cajas de cartón a diferentes puntos de la calle Fornier para la venta directa o para surtir de “mercancía” para las jaulas.
Para elegir a un cachorro, lo toman con una mano por detrás de su cuello, lo levantan y voltean con firmeza -como muñecos sin vida- para ver su sexo y estado. Luego los lanzan de nuevo a la bolsa. Y si ladran, los niños siempre están listos para golpearlos.
Estas personas ofertan a los perros desde los diez bolivianos hasta más de 800 dólares, dependiendo de la raza y tamaño, aunque Carpio asegura que hay ofertas menores a los diez bolivianos.
Los animalitos permanecen casi todo el día dentro de las bolsas o cajas, con un bocado del mismo plato de comida de los vendedores y sin beber agua.
En tanto, a un lado de esquina Fornier y Valle, en medio de conejos y gallinas, se venden los perros y gatos. Las mascotas mestizas se ofrecen desde diez bolivianos, sin vacunas ni desparasitación y menos garantía, ya que son vendedores ambulantes. Aún así, es enorme la cantidad de compradores que existen.
Incluso se venden animales silvestres, como la paraba que tenía el pasado jueves un hombre dentro de su chamarra de cuero.
Al otro costado de esa esquina, una veintena de personas de toda edad tiene en sus manos -sujetados por cadenas- a perros y gatos. Se presume que la mayoría de los canes adultos que expenden son robados. Son varias las ocasiones en los que sus dueños los reconocieron y denunciaron el hecho.
Por eso, la abogada Carla Flores buscaba allí a su mascota extraviada en la Ceja en abril. Según relata, estuvo en el lugar desde las seis de la mañana y vio “el calvario que los perritos pasan en este comercio”.
Pero su mayor angustia, al margen de que quienes la tienen no la mimen como en su casa, es que los comerciantes de canes la usen como reproductora de cachorros. Según Carpio, las hacen parir dos veces al año y durante los diez a 15 años de su existencia.
La venta de dos asociaciones
El comercio “legal” de animales domésticos (gatos, perros y hámsters) y de consumo (gallinas, conejos y patos) se instaló en varias cuadras de las calles Fornier y Valle de la feria alteña.
Dentro de jaulas de alambre tejido (muy pocas con vidrio) las mascotas esperan por un dueño. Pasan todo el día sobre cartones y periódicos, en los que hacen sus necesidades durante la larga jornada.
Varios de los animales deben soportar, además, el sol, ya que no todos los puestos tienen sombrillas.
En la cale Fornier, 40 de los 140 miembros de la Asociación de Comerciantes en Canicultura y Artesanos San Martín venden mascotas, los demás tienen alimentos, ropa y otros accesorios.
En una de las varias visitas al lugar, un ch’api macho de tres meses era ofrecido en 60 bolivianos. La vendedora aseguraba que el can está vacunado. Era cierto, pero sólo contra la rabia, la cual aplican gratis funcionarios de Zoonosis de la Alcaldía de El Alto, en la carpa que instalaron en la calle Valle, y no con la óctuple que protege a los canes de enfermedades como el moquillo y el parvovuris.
Como el puesto es fijo, la vendedora dice que allí pueden reclamar, aunque resalta que si se da buena comida al perro y se lo protege del frío, no habrá problemas.
En la calle Valle, unos 50 puestos de la Asociación de Canicultores y Artesanos para Animales Domésticos San Roque comercia con las mascotas y otros accesorios.
No todos los animales lucen bien, algunos están flacos y sucios, como un ch’api macho de menos de tres meses de edad. La vendedora dice que está sucio porque “al ser aún pequeño un baño podría enfermarlo”. No tiene la vacuna óctuple y vale 200 bolivianos.
En contraposición, en un ambiente limpio se venden perros con documentos que prueban que son de raza y que portan la vacuna óctuple.
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