En ese lugar, ubicado en la avenida Capitán Castrillo de San Antonio, los refugiados de cuatro patas, con aullidos y ladridos, permanecen detrás de las rejas junto a muchos de su especie, que fueron rescatados de las inmediaciones de las zonas deslizadas, pero también alojados voluntariamente por sus amos que están en los campamentos.
La desesperación y el dolor que transmiten los ‘mejores amigos del hombre’ sólo pueden ser entendidos por aquellos que aman a las mascotas y que de alguna manera llegan a comprender lo que tratan de decir esos animales, que también tienen un protector, San Roque, a quien le ruegan en su ‘idioma’ que los ayude.
Una persona que ingresa en el sector donde se encuentran las frías jaulas con piso de cemento y rejas de fierro, cual si fueran cárceles para personas, siente escalofríos, sobre todo en el momento en que algunos de los caninos se abalanza contra las rejas, donde apoyan sus patas delanteras, mientras se sostienen con las traseras.
Un ladrido suplicante o un doloroso aullido es lo primero que uno escucha de parte de las mascotas, que parecieran decir “sácame de aquí y llévame con mis amos, que los extraño mucho”. Antes de la tragedia iniciada el sábado 26 de febrero, en los más de 10 sectores de la ladera este y parte de la zona Sur, estos fieles animales eran mimados por sus dueños en las casas donde vivían, y en retribución cuidaban con celo las moradas durante la noche.
En las mañanas, esos fieles animales saludaban batiendo la cola a sus mejores amigos, jugaban amistosamente con los niños del hogar, comían todo lo que se les daba, acompañaban a otros menores hasta la puerta para que vayan a sus escuelas, y más tarde los recibían con piruetas de alegría. Pero ahora, al igual que sus amos, pasan una situación difícil y penosa.
Si bien no se puede conversar con ellos sobre las penurias que han pasado, y lo que piensan en estos momentos, basta ver los ojos tristes y lagañosos que muchos de ellos tienen para comprender que lloran amargamente, al igual que sus dueños, por todo lo sucedido.
Según aseguraron algunos testigos, los animales también fueron afectados emocionalmente por el deslizamiento de grandes proporciones, pues dice un relato que el día de la tragedia un canino corrió asustado hasta la casa de sus amos y comenzó a aullar sin cesar al encontrar sólo escombros, lo cual lo desconcertó totalmente.
Puede ser que ese animal esté entre los que se encuentran alojados en las jaulas de Zoonosis de la Alcaldía, como puede que no; pero lo cierto es que estos canes también exigen una oportunidad de vida, por todo lo que les han dado a sus amos antes del desastre. Muchos de los canes reciben la visita de sus protectores, quienes los sacan con sus collares para dar algunas vueltas por la zona, pero los devuelven luego a las jaulas, porque aún no encuentran un lugar para llevarlos. Los más suertudos son aquellos canes cuyos amos llegan al lugar para llevarlos a nuevos hogares que les han conseguido.
Pero la mayoría permanece ahí, tras las rejas, unos suplicantes, otros asustados, aunque también estresados porque sin bien ellos no tienen palabras para decirlo, llegan a percibir lo que sus amos han sentido, pues decenas de pequeñas casitas quedaron también entre los escombros y otras fueron rescatadas por sus dueños, señal de que son muy queridos y extrañados.
Lo que se pudo ver es que por la cantidad de animales alojados en Zoonosis, ellos también necesitan la solidaridad de las personas para que les lleven alimento concentrado y los responsables de su cuidado puedan preparar las raciones necesarias para que coman cada día.
En la actualidad, estos fieles canes, de todas las razas, esperan que la normalidad vuelva pronto y nuevamente puedan salir a la calle, acompañados de sus amos.
También quieren cuidar una nueva casa, jugar con los niños y mover la cola como lo hacían antes del 26 de febrero, día fatídico cuando no sólo cambió la vida de las familias, sino también la de ellos.
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