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domingo, 13 de marzo de 2011

Pando tiene un hogar para primates

Cuenta una leyenda rural amazónica que en el norte de Pando, allí donde casi acaba el mapa de Bolivia, más cerca de Brasil y Perú que del corazón del país… allá lejos vive el Leoncito. Es, dicen los expertos, un mono que tiene la cara de orangután, los ojos grandes y expresivos, los brazos cortos y un pelaje abundante que le ha hecho dueño de aquel sobrenombre.

Existe un pequeño detalle, el mono mide 10 centímetros y es considerado el primate más diminuto que habita en Bolivia. Está al borde de la extinción y parece más una leyenda que una realidad porque sólo se lo encuentra en la Estación Biológica Tahuamanu, en el departamento de Pando. La zona selvática y casi virgen es un paraíso para los primates, allí habitan 14 de las 15 especies registradas para Pando, considerando que en el país habitan 23 especies. Descubrir alguna huella, escuchar sus chillidos o ver al Leoncito en este paraíso es casi una misión imposible.

El cuidador del sitio es Canela. Él vive con el machete en la mano, tiene la barba un poco crecida, el cabello enrulado casi al ras y una sonrisa que le provoca un brillo de alegría en los ojos. El apodo con el cual se lo conoce se debe al color de su piel que está matizada por el sol bajo el cual pasa la mayor parte del tiempo.

Deja el machete en el piso y abre un fruto de pacay antes de comentar: “Claro que lo he visto al Leoncito. Es uno de mis preferidos, pero será difícil encontrarlo hoy”. Arriba el cielo está plomo, un poco más abajo, las palmeras de palmito no pueden sostener las gruesas gotas de lluvia que se escurren por sus largas hojas. En el reservorio se respira humedad porque además de la lluvia algunos arroyos serpentean ruidosos en medio de la selva. Allí, la revista Escape se ha propuesto conocer al Cebuella pygmaea, nombre científico del Leoncito que habita aquella zona donde los monos son los reyes de la Amazonía.

Canela es el hombre clave de la expedición, él tiene 37 años y más de la mitad los ha pasado entre la selva y la ciudad. Explica que los últimos 15 años se ha dedicado “de lleno” a la vida en contacto con la naturaleza. “Acá prefiero quedarme para convivir con los animales —comenta Canela a quien pocos le conocen con su verdadero nombre: Paulo Sergio Alvez— me gusta estar con ellos y conocer cuáles son sus hábitos cómo viven y esas cosas. Ahora les ayudo a los científicos que vienen a la Estación”. Por entre sus palabras se escapan los rasgos propios de sus raíces brasileñas.

En el campamento de Tahuamanu se han construido cuatro casas de madera para albergar a unas 30 personas. Son biólogos, entomólogos y otros profesionales amantes de los animales que llegan desde el Centro de Investigación y Preservación de la Amazonía dependiente de la Universidad Amazónica de Pando.

Julio Alberto Rojas es otro querendón de la naturaleza y también es director de esta unidad. Explica que el Centro fomenta la formación de nuevos profesionales con valores de conservación y que interactúen con la sociedad.

Búsqueda intensa


Entre la ciudad de Cobija y la Estación Biológica Tahuamanu existen tres horas de distancia por una ruta que comienza asfaltada. Después de 30 minutos en motocicleta la tierra reemplaza al pavimento, pasan los kilómetros el camino tiende a cerrarse y apenas se vislumbran las huellas de los vehículos. La zona es muy poco visitada y sólo hay un par de comunidades intermedias: Nareuda y Puerto Oro. Ambas localidades tienen casas de madera con pilares largos para dar sombra a la castaña que se recolecta por esos lares.

La Estación Biológica Tahuamanu tiene un letrero de madera a un costado del camino. Por lo general, la entrada está cerrada y desde allí hay que caminar unos 20 minutos para hallar el campamento. Mucho más allá, cruzando ríos y en medio de la selva se supone que está el Leoncito.

Los días de lluvia el viaje se convierte en una aventura sobre barro y se tardan unas seis horas en llegar desde Cobija hasta el área. Algunos lugareños cuentan que por allí pasan ráudos los narcotraficantes que cubren la ruta Boliva-Brasil y viceversa.

Una vez en el reservorio, el rumor de la selva aumenta y los chillidos de los animales se apoderan del sitio. Por las mañanas y al atardecer el griterío se adueña del sitio, explica Canela quien tuvo la suerte de llevarse tan bien con los animales que éstos se le acercaban sin miedo. Es más, alguna vez pudo acariciar a algún Leoncito.

Eran otros tiempos. Unos 20 años atrás, cuando la selva era un lugar seguro para los primates, hasta que llegaron los cazadores a dispararle a especies en extinción. Está demostrado que la carne de los primates de la Estación Biológica no es comestible y su piel no se comercializa.

Aquella práctica se frenó el 2002 cuando se creó la Estación y se prohibió la cacería en las 50 hectáreas de territorio. Ahora, mediante el Instituto Nacional de Reforma Agraria y la Comisión Agraria del departamento de Pando se busca la ampliación de la zona a 20.000 hectáreas que servirán sólo para la investigación y el cuidado de la naturaleza. Y, obviamente, se precautelará la vida del Leoncito y sus parientes.

El pedido de ampliación se basa en la riqueza ambiental amazónica. Según Robert Wallace, de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS, por su siglas en inglés), la región es una de las principales áreas de prioridad para la conservación de primates en Bolivia. Además, es una zona de alto endemismo o rareza.
Especies extraordinarias
Nicolás Suárez pasea por entre las ramas con agilidad; a veces, para sostenerse mejor en los aires, toma las ramas con su cola y se lanza a la conquista del viento. Si los animales fueran de sangre azul, el Saguinus imperator (nombre científico) sería parte de esta realeza, sólo basta conocer su sobrenombre popular: titi emperador.

En la Estación Biológica Tahuamanu se lo conoce como Nicolás Suárez, en honor del empresario de la goma que atravesó por los poblados amazónicos y se quedó a vivir en Cachuela Esperanza (Beni). Según las imágenes del patricio oriental, éste lucía largos bigotes blancos curveados en la punta y que tapaban los labios... por un capricho de la naturaleza, el primate tiene casi las mismas características.

Es un animal “mediano” porque mide entre 25 y 30 centímetros de longitud; y pesa entre 300 y 500 gramos. Es parte de la familia de los Callitrichidos, que es el grupo más numeroso en la reserva y está catalogado en el Libro Rojo de Vertebrados de Bolivia.
Otra de las familias numerosas de la zona son los Cebidos y sólo existen en la región. Un caso singular es el Lagothrix cf. Cana, popularmente conocido como Mono barrigudo. Para los sajones es Woolly monkey.

Este primate panzón tiene un aullido que se escucha a varios kilómetros de distancia. Es dócil y se alimenta de pequeños insectos y de algunas plantas.

Esos son algunos de los más visibles en la Estación porque los días de lluvia, como aquel jueves 17 de febrero el Leoncito es casi invisible. En jornadas así él esconde sus 10 centímetros en los árboles de tacuara. Parece más una leyenda que un animal de verdad. “Yo le aseguro que existe”, dice Canela y luego cuenta sus hábitos de vida. “Es madrugador, se levanta a las seis de la mañana y empieza a caminar hasta las 10”.

Su vida se resume en cinco verbos: dormir, caminar, comer, chillar y procrear. Mientras que sus paseos cerca a la tierra firme él los da alrededor del río; siempre en grupo de tres a cinco ejemplares.

Por más intentos de Canela, caminatas bajo la lluvia, saltando charcos, huyendo de las avispas y de las ramas... Escape no tuvo suerte y no logró ver al Leoncito que prefirió seguir como una atrayente mezcla de leyenda y realidad.

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