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domingo, 15 de junio de 2014

Canes no son culpables de presencia del mal de rabia

En los últimos días la ciudadanía orureña observó con indignación la decisión de una eliminación masiva de perros sin hogar de parte de la alcaldesa, Rossío Pimentel, en la ciudad de Oruro. Sin embargo, la capital orureña concentra una serie de historias sobre los perros. Algunos, como el “Petardo”, que era enemigo de los cohetillos, que se utilizaban en gran cantidad durante la entrada del Carnaval de Oruro o cuando había manifestaciones.

El perro se lanzaba contra los cohetillos y trataba de apagarlos, pero no conseguía su objetivo. Tragaba el humo y se cansaba hasta descansar e ir a buscar agua para calmar aquel proceso de contaminación que había soportado desde el principio hasta el final.

El “Petardo” no se cansaba. Estaba en la avenida Cívica desde la mañana hasta que termine el ingreso del último conjunto folklórico. Alguna vez, las enfermeras lo llevaron al Centro de Salud para curar sus heridas, como consecuencia de las explosiones. Era totalmente diferente a los otros canes que andaban deambulando en busca de comida. Este perro era heroico, porque demostraba ante el público su enemistad contra las explosiones, pero nadie se animaba a ayudarlo. El hecho pasaba inadvertido, como siempre. Todos preferían ver a los grupos de danzarines, la hermosura de las mujeres, la vestimenta colorida y la coreografía practicada con meses de anticipación.

Otros perros, los que están en los domicilios tienen abundante comida y están al cuidado de los dueños. Sin embargo, hay otros que deambulan por las calles y los mercados. Las jaurías recorren la ciudad por todas partes. A veces descansan en las inmediaciones del Colegio Bolívar o del Colegio Saracho.

Aquellos tiempos de respeto a los perros ha pasado, porque la alcaldesa municipal, Rossío Pimentel, ha dispuesto, mediante una ordenanza, la eliminación de los canes callejeros, por la presencia del mal de rabia que está contagiando a los animales en diferentes zonas periféricas de la ciudad.

El escritor y cineasta Juan Manuel Fajardo en un artículo publicado en el periódico La Patria de Oruro, decía: “Escribir sobre animales, especialmente sobre perros, es siempre reconfortante. Todas las familias siempre tuvieron en casa un amigo leal y sincero desde tiempos inmemoriales. Primero fue el lobezno desorientado que para no morir de hambre en la estepa, siguió a los nómadas humanos que a su paso iban dejando sobras de comida, huesos, trozos de pieles de animales que cazaban. Este rezagado lobito se habría hecho simpático, luego resignando su natural ferocidad a lo más recóndito de su espíritu, se hizo amigo y compañero del hombre en su deambular sobre la faz del planeta; él se domesticó solo y aprendió a ser guardián, un miembro de la partida de caza”.

No hay duda que el perro es el amigo más leal que se haya conocido. Espera en la casa al dueño que viajó dos o tres días. A veces, se queda sin comer. A veces, solo consume agua. Otras veces, sale a la calle, corriendo, en busca de sus amigos, con los que quiere jugar, pero siempre esperará a su dueño, para que le abra la puerta y vuelva al hogar.

Había un perro negro, pequeño, que parecía pequinés, que seguía a todas partes a su dueña. La dueña, por deshacerse viajaba a Challapata. El perro siempre se encontraba debajo del asiento de la señora, no molestaba a nadie y tenía el olfato bien entrenado.

El pequeño perro bajaba de la flota, cuando bajaba la señora. Recorría por las calles, detrás de la señora. Alguna vez, le arrojó un hueso muy lejos, el perro corrió y se dedicó a comer lo poco que había y mientras tanto, la señora abordaba un bus para su retorno.

El perro había desaparecido. La señora llegó a Oruro, sin la molestia del perro, pero por el olfato y por el instinto del animal, se subió a otra flota, en forma sigilosa y sin molestar a nadie, se echó debajo de cualquier asiento, hasta llegar a la ciudad.

Cuando la señora llegó a la puerta de su casa, por la noche, el perro negro, de patas cortas, ya estaba en la misma puerta, bien sentado, esperando a su dueña. La lealtad está demostrada, con este ejemplo.

Aquellas historias de perros nunca han sido contadas ni explicadas, aunque en otros países, según Juan Manuel Fajardo, han servido para incorporar al perro en el cine, mostrando expediciones, que no solamente se limitaban a mostrar imágenes de perros en contraste con la geografía o dentro los planos de una ciudad, sino en busca de una idea central utilizaron argumentos del diario vivir de las personas junto a un perro, para ir desenvolviendo y contando una historia interesante”.

ANUNCIO DE MATANZA

En cambio en Oruro, en vez de hacer historias interesantes, se está persiguiendo a los perros para matarlos, para inyectarles un veneno y destruir su organismo. Los protectores de animales han advertido que los perros no son los culpables de la presencia del mal de rabia, sino de los seres humanos que no han realizado tareas de prevención, de cuidado a sus animales. No saben darles comida ni saben controlarlos. No saben hacerlos pasear y no saben la importancia que tiene un perro en la familia.

Para Oruro, habría que hacer un filme, donde se muestre a los funcionarios municipales persiguiendo perros y esperando el momento oportuno para eliminarlos, sin compasión ni piedad. Sin fijarse en la mirada triste, inocente de los perros. Pequeños y grandes, están siendo eliminados, en vez de hacer de esos perros “personajes centrales para contar una historia, demostrando la inteligencia, valentía, constante y sobre todo fidelidad”, como decía Juan Manuel Fajardo.

Matar a 40.000 perros de Oruro es una atrocidad que se debe frenar, de forma inmediata.

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