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jueves, 22 de diciembre de 2011

Las serpientes tienen un dulce hogar en una aldea de Tailandia

La venosa cobra y otras serpientes conviven con los habitantes de una pequeña y pobre aldea del noreste de Tailandia en la que los reptiles han sustituido al perro como principal mascota.

Enclavada en un paraje al que se llega cruzando arrozales y por caminos polvorientos que en la época lluviosa se convierten en un barrizal, Ban Kok Sanga es conocida por la "aldea de las cobras" dado que cuenta con más serpientes que hogares.

"Hay más de 200 serpientes en el pueblo, la mayoría cobras, las guardamos en jaulas y muy pocas veces se han escapado. Casi todas las familias tienen una", explica a Efe Siwichai, un vecino de 64 años.

La entrada a esta aldea habitada por poco más de un centenar de familias está jalonada de jaulas de diversos tamaños en las que guardan cobras, boas y también a algún que otro macaco y lémur inmovilizados por la tórrida temperatura.

"Las serpientes me han mordido en cuatro ocasiones, pero siempre he podido tomar el antídoto a tiempo y no ha dolido", apunta Siwichai, sentado a la sombra y junto una boa metida en una jaula demasiado pequeña para su tamaño.

Los vecinos de Ban Kok Sanga elaboran su propio antídoto contra el veneno de la cobra a partir de la cúrcuma (Curcuma zedoaria), una planta local conocida como "wan paya gnoo" cuyas propiedades están reconocidas por los organismos internacionales de farmacología.

Esta poción que mezclan con zumo de lima surte efecto una media hora después de bebida, al inhibir las enzimas tóxicas del veneno de la cobra o el de los miriápodos o escorpiones, muy abundantes en el medio rural de esta región.

Fue la recolección de esta planta y otras destinadas a remedios medicinales, una actividad que para los aldeanos es la principal fuente para ganar el sustento, la que impulsó a un médico local a poner en el mapa este pueblo con un espectáculo de serpientes, de eso hace unas seis décadas.

Los ingredientes de la función circense son el reto de los niños a las cobras y un esperpéntico baile con boa incluida sobre una lona similar a las empleadas en los combates de boxeo, colocada bajo un tejado de chapa.

En el escenario tres chicas con vestidos amarillos bailan al son de música tradicional tailandesa con sendas boas sobre los hombros.

"Miren a las niñas guapas, bailan con serpientes", dice la presentadora con una voz que suena distorsionada a través de los viejos altavoces.

Después con gesto adusto para tratar arrancar un grito de horror a algún espectador, las jóvenes se meten en la boca la cabeza de los reptiles durante unos segundos mientras mueven las piernas y brazos al son de una melodía tradicional tailandesa.

El momento estelar de la representación llega con las peleas entre cobras y también de estas contra adultos o niños, quienes dan collejas a las serpientes con la aparente intención provocarlas y que ataquen.

Los niños de 12 y 15 años esquivan con agilidad las acometidas de los enojados reptiles, que por instinto tratan casi siempre de escapar al acoso, durante los escasos minutos que dura el combate.

El broche lo pone un anciano que juguetea durante un rato con una serpiente pitón que se deja incordiar y cuya cabeza se coloca en la ingle esperado escuchar alguna risa del público.

Acabada la función, los espectadores pagan o hacen un donativo y dan una propina a los niños que han participado en este espectáculo que ha convertido la aldea en un serpentario, pero no ha conseguido sacar a sus habitantes de la pobreza.

Ahora, sesenta años después del nacimiento de este circo, la mayoría de las familias continúan viviendo de los escasos ingresos por la venta de plantas medicinales y elixires.

"Yo me fui a trabajar a Hat Yai, en el sur, pero tuve que volver por las inundaciones y trabajar como presentadora aquí. En cuanto pueda, volveré a Hat Yai", relata la mujer.

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