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domingo, 18 de septiembre de 2011

ELEFANTES

Renovarse o morir. Esta máxima, tan en boga en la era de la globalización, se ha convertido en el lema que rige la supervivencia de los elefantes tailandeses. “Antes eran imprescindibles para sacar la madera de la jungla y llevarla al mercado, pero ahora han mejorado las carreteras y hay muchos camiones que resultan más rápidos”, explica Dusit Suraporn, un hombre de 35 años que tiene a su cargo una pareja de estos paquidermos —de 46 y 43 años— en la provincia de Chiang Rai, en el extremo norte del reino asiático.

Ese desarrollo de las infraestructuras, sumado a la deforestación ilegal, supone una clara amenaza para el hábitat natural de los elefantes. Pero con el desarrollo económico ha llegado también el auge del turismo, que ha servido para reducir drásticamente la tasa de desempleo de los elefantes, aunque los grupos defensores de los animales critican las nuevas prácticas. “Para poder mantener a los animales tenemos que participar en actividades turísticas que requieren un adiestramiento específico y caro”, añade Suraporn.

No obstante, el turismo hace rentable esa inversión con gran rapidez. A pesar de las noticias que periódicamente dan cuenta de la muerte de viajeros en incidentes que tienen como protagonistas a estos gigantes, pocos de quienes visitan el norte de Tailandia se resisten a participar en actividades relacionadas con elefantes. Así, desde que hace un lustro Suraporn accedió a utilizar sus animales para dar paseos por la jungla, sus ingresos se han duplicado. “En un momento pensé en deshacerme de los elefantes, pero un amigo me habló de una agencia que contrata a gente como yo, y lo probé. No me hubiese perdonado abandonarlos a su suerte, porque son parte de la familia”. No en vano, este animal es uno de los principales símbolos del país desde hace siglos, y ningún otro ha servido mejor a los intereses del Estado.

Si ahora supone un gran atractivo para el turismo, que genera casi el siete por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) tailandés, antes fue una de las principales armas del Ejército. Se estima que en el siglo XVII el rey contaba con unos 20.000 elefantes entrenados para la guerra, y su papel fue fundamental en el conflicto que enfrentó a las actuales Tailandia y Birmania por el control del reino de Ayutthaya. Actualmente, la población de elefantes ha caído hasta menos de 3.000 —y sólo 1.500 viven en libertad—, pero su pasado guerrero sigue siendo rememorado en algunos de los parques dedicados a espectáculos para turistas.

“Recreamos algunas de las tácticas que se utilizaban en los campos de batalla, y también mostramos cómo siguen siendo importantes en el transporte de madera y en el sector de la construcción”, explica Aye Khemkaeng, responsable de uno de estos centros que organiza trekkings cerca de la frontera con Birmania. No obstante, el show que más admiración despierta entre los espectadores es uno en el que los elefantes son capaces de dibujarse a sí mismos con una brocha agarrada con la trompa.

“El adiestramiento es duro y puede llevar hasta 15 años, pero los elefantes son animales extremadamente inteligentes”, complementa Khemkaeng. Y sus dibujos se cotizan muy alto. “Muchos critican que se explote a los animales con fines comerciales, pero se olvidan de que siempre han servido a los intereses del ser humano, y de que si no fuese por el beneficio económico que reportan, es posible que ahora estuviesen en peligro de extinción”.

Además, los elefantes también se utilizan en negocios mucho más turbios. El contrabando es uno de ellos. “Pueden moverse por casi todo tipo de terreno, así que es muy difícil controlar sus movimientos”, comenta Suraporn. “Por eso hay quienes los utilizan para transportar droga de Birmania o para llevar armas a los rebeldes de ese país”.

El periodista de El País ha podido comprobar que los animales y su carga cruzan la frontera sin ningún tipo de control a través de ríos y montañas. Claro que el trayecto es de máximo riesgo. “El ejército birmano mina regularmente la zona para evitar todo tipo de comercio, sobre todo el envío de armamento, y las lluvias hacen que los explosivos cambien de lugar y sea difícil decidir qué camino es el más seguro”. En cualquier caso, el elefante también sirve de escudo, ya que una mina antipersona detonada a su paso difícilmente tendrá consecuencias sobre quien lo monta.

No obstante, muchos animales sufren mutilaciones y terminan muriendo por culpa de estos artefactos. De la mayoría no se sabe nada, pero hay casos que sí llaman la atención. El de Motala es uno de ellos. Una mina antipersona le voló una pata en 1999, y seis años más tarde recibió una prótesis temporal. Las imágenes dieron la vuelta al mundo, y un equipo de veterinarios trabajó para crear una pata protésica que estrenó con éxito hace un par de años. Desafortunadamente, no todos tienen tanta suerte.

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