Ese es el objetivo del Centro Nacional de Pesquisa y Conservación de Tortugas Marinas (Tamar), organización que en 32 años de vida ha protegido a unos 13,7 millones de crías y que espera mandar al mar otros 1,5 millones en la temporada de desove que comenzó en septiembre y terminará en marzo de 2013.
"Si mantenemos el promedio de las últimas temporadas (1,2 millones de crías protegidas), podremos celebrar esa meta ambiciosa y al mismo tiempo esperanzadora para las cinco especies de tortugas marinas que visitan Brasil, todas amenazadas de extinción", dijo a Efe el oceanógrafo Guy Marcovaldi, director del centro Tamar.
La tarea no es fácil porque exige estar atento a decenas de miles de hembras que, como si tuvieran brújula o GPS, regresan todos los años con exactitud a la playa en que nacieron para cavar un nido en el que ponen sus huevos, que después cubren nuevamente con arena.
Igualmente implica marcar con placas los nidos esparcidos a lo largo de 900 kilómetros de playas del litoral brasileño para impedir que sean pisoteados o destruidos accidentalmente; colocar protecciones para evitar el ataque de animales y predadores, y concienciar a pescadores, bañistas y turistas sobre la necesidad de recuperar las poblaciones de tortugas.
Los activistas también tienen que estar atentos a la fecha aproximada de nacimiento de las crías para ayudarlas a dirigirse al mar, un proceso que implica convencer a hoteleros y a quienes viven en la playa a no apuntar luces hacia la arena porque eso puede desorientar a las tortugas recién nacidas y condenarlas a muerte por deshidratación.
"Una de nuestras principales conquistas fue la aprobación de las normas que prohíben el uso de luces artificiales y el paso de vehículos en las playas en que se reproducen las tortugas", explicó Marcovaldi en la base del Tamar en Praia do Forte, a unos 100 kilómetros de Salvador, capital del estado de Bahía (nordeste).
La región de Praia do Forte, una antigua villa de pescadores transformada en centro turístico, concentra la mayor cantidad de nidos de Brasil.
El proyecto también ayudó a impulsar las normas que prohíben la caza de tortugas, la retirada de huevos de los nidos y el uso de los caparazones en artesanías.
Para su hercúlea tarea, los activistas de Tamar cuentan con la ayuda de un centenar de pescadores, algunos de los cuales se dedicaban en el pasado al saqueo de los nidos y a la caza de las tortugas para venderlas en restaurantes que los ofrecían como manjar exótico.
Los pescadores ahora reciben un subsidio para recorrer todos los días un tramo de playa, del que cada uno es responsable, en busca de los rastros de las tortugas y de los nidos.
Todo ese esfuerzo permitió que, en la temporada que concluyó en marzo pasado, el centro Tamar consiguiera localizar y proteger 18.517 nidos y colocar en el mar 1,4 millones de crías, aunque sólo una de cada mil alcanza la vida adulta reproductiva.
Tamar, una organización financiada por la petrolera estatal Petrobras y asociada al Ministerio de Medio Ambiente, también consiguió en la última temporada observar y marcar 1.500 hembras en proceso reproductivo.
El Proyecto Tamar cuenta con 16 bases en los estados de Sergipe, Bahía, Río Grande do Norte, Espíritu Santo y Río de Janeiro, que este año también alcanzarán el listón de los 15 millones de visitantes.
Entre lo más destacado de la pasada temporada estuvo el significativo aumento del número de desoves de las tortugas de laúd (Dermochelys coriacea), cuyo número de nidos pasó de 16 en 2011 a 97 en 2012. Esta es la mayor tortuga marina del mundo, que llega a medir hasta dos metros, y una de las más amenazadas de extinción.
También destacó el aumento en un 20 por ciento del número de nidos de la tortuga olivácea (Lepidochelys olivacea), que pasó de 6.621 a 7.994 en un año.
Las otras dos especies que visitan el litoral brasileño son la tortuga boba o caguama (Caretta caretta) y la carey (Eretmochelys imbricata).
Tamar también ayuda a cuidar los nidos de la tortuga verde (Chelonia mydas), que desova en las islas oceánicas frente a la costa brasileña.
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