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domingo, 12 de febrero de 2012

Lanzados al rescate de animales abandonados

Claudia Portales (31) mira su reloj una y otra vez. Una y otra vez. Está afanada como madre buscando a su hijo porque van a dar las 12:00 y no encuentra quién la remplace en su puesto de oficina en la agencia de turismo para la que trabaja, de modo que no podrá ir al veterinario a recoger a un par de cachorritos que levantó ayer de la calle. Tiembla, habla sin mirar de frente y cada tanto tuerce la muñeca izquierda para buscar ese sádico artefacto chino que le repite que es tarde.
Pesados, muy atareados. Así son los días de Claudia y de sus nueve compañeros del grupo de Activistas en Lucha por el Futuro de los Animales (ALFA), que llevan prácticamente una vida doble: la mitad del tiempo son profesionales que trabajan para mantenerse y la otra mitad usan su tiempo para rescatar mascotas echadas al olvido y animales silvestres que han caído heridos.
Son voluntarios, nadie les paga un sueldo por eso y no hay ninguna fundación o ‘padrino’ que los organice. Simplemente han sido lanzados por su propia voluntad a salvar bestias ‘adorables’ de las garras de gente sin escrúpulos que las abandona o que las lastima directamente.
Su trabajo es recuperar animales maltratados, “casi siempre heridos y en las calles”, dice Claudia. Para esto, en 2010 alquilaron un terreno al norte de la ciudad, en el kilómetro 71/2 de la avenida Cristo Redentor, para convertirlo en un refugio de mascotas lastimadas por la enfermedad y el hambre. Allá van los animales que recogen, luego de haber recibido tratamiento veterinario. Luego de eso, la tarea es conseguir una nueva familia que los adopte y les dé amor.
Claudia habla, se traba, tiembla. Su teléfono suena cada rato, pero no contesta. Ella tiene otra reunión programada para esta hora, pero lo que le aflige es conseguir una buena coartada para escabullirse hasta la clínica donde quedaron los dos cachorritos que recogió.
“Tengo el tiempo medido, pero no me arrepiento, ¿sabe?”, explica Claudia. Ella piensa que Emilene, Ximena, Marco Antonio o Alexander, otros voluntarios, quizás podrán ir a ver a los cachorritos si ella no puede zafar. Todos tienen la misma idea tallada en la cabeza: el abandono es una forma de maltrato.
El refugio de ALFA se sostiene con aportes propios y una que otra donación que captan a través de su página de grupo en Facebook. Son 10 los miembros activos de la organización y hay otros cinco menos activos pero que también colaboran, “porque las autoridades solo se preocupan por los animales cuando se habla de casos de rabia o cuando algún perro mordió a alguien y hay que matarlo”, protesta la activista.
Claudia era una niña de seis años cuando descubrió que amaba a los animales. “A mis padres les gustan los animales, los respetan, así un día que nos trajeron un tapití (una especie de conejo salvaje) me encanté con él”, recuerda. Pero el tapití murió en las garras de un gato, otro animal que habían rescatado, y ella lloró a chorros y se prometió nunca más dejar que se lastime animales por descuido o intencionalmente.
Ha encontrado perros cuyo pelaje y piel habían sido destruidos por la sarna, monos heridos por perdigones, gatos enfermos y para ella eso es una forma de violencia a la que la gente se ha ido acostumbrando.
Ahora comparte esa pasión en el refugio, un proyecto que sobrevive a pesar de las dificultades económicas que alguna vez hubo. Son dos años y ellos están orgullosos de eso: “se han hecho respetar el derecho de las mascotas y de animales salvajes, eso que debería cumplirse de acuerdo con la ordenanza municipal 030/2006, pero que nadie hace caso”.
En el refugio han caído todo tipo de ‘bichos’, desde perros moribundos hasta un mono aullador y dos gatos salvajes bebés. Todos han sido recuperados gradualmente. Para la tarea de restablecer animales silvestres en su hábitat natural reciben el apoyo de técnicos del zoológico de Samaipata. Algunas veces acogen a algunos y otras no hay espacio.
El albergue de la avenida Cristo Redentor es un terreno al que cada semana llegan un par perros que deben salvarse de que la perrera municipal los encuentre en la calle, los encierre y los termine sacrificando. Allí hay cinco caniles amplios (casas para mascotas con espacio) y tres más pequeños para cuarentena.
La carga de nervios finalmente cedió. Claudia se comunicó con uno de sus compañeros que se hará cargo de los cachorros en el veterinario. Entonces empieza a soltarse y dice: “Creo que el hombre es un animal que piensa, muy pocas veces lo hace, pero como tiene es facultad debe velar por las especies desprotegidas”, explica. Toda una declaración de principios.
Claudia dice que ha visto brotar de los ojos de los perros, gatos y monos que cuidó, el mismo amor que dan los ojos de un hermano o un amigo agradecido por las atenciones, por eso se anima a seguir en su lucha, con el tiempo medido y la vida partida entre el trabajo y sus animales.

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