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domingo, 1 de abril de 2012

Profesionales de cuatro patas

La vida de Drago es sinónimo de deber cumplido. Está listo para jubilarse, tras más de una década de haber asestado duros golpes a los narcotraficantes.

Lo hizo valiéndose de un arma infalible que lleva incorporado el olfato. Su hoja de incautaciones de sustancias controladas es envidiable y avala que es una leyenda viviente de cuatro patas, unos 65 centímetros de alto, afilados colmillos, orejas bien paradas y pelaje canela con un manto negro. Atormentado por una inflamación en sus oídos, este pastor alemán de 13 años —72 en años caninos— espera acabar su tratamiento veterinario para, luego, ser adoptado por su fiel compañero de trabajo, su guía. Entre sus similares, Drago es el oficial más antiguo del Centro de Adiestramiento de Canes Detectores de Droga de Cochabamba, la “universidad” de aquellos perros que aspiran a titularse en el rastreo de estupefacientes; profesionales de primer nivel.

Allí, no sólo estudian cachorros de las razas pastor alemán, pastor belga malinois, labrador, golden retriever, golden labrador y coocker, sino guías bolivianos que cursan el programa de posgrado de la Universidad Policial “Mariscal Antonio José de Sucre” o extranjeros que llegan de Argentina, Chile y Ecuador, El Salvador, Guatemala, Paraguay, Perú. “Somos más conocidos afuera que en Bolivia”, señala el jefe de esta unidad, el teniente coronel Santiago Delgadillo.

El emprendimiento depende de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (FELCN). Surgió el 1 de julio de 1978, en La Paz, al mando del teniente Gonzalo Ramírez y dos guías: Mario Salas y Máximo Ticona, con sus pastores alemanes Chicho y Zulú, dedicados a la revisión de equipajes en el aeropuerto de El Alto. La capacitación internacional de instructores trajo consigo a canes que dejaron su sello en la entidad: Star, Cuty, Buckye, Custer, Jackes y Buff.

En 2001, el centro se trasladó a la localidad de El Paso, a 13 kilómetros de la urbe cochabambina, valle donde la temperatura llega a 22 grados centígrados. “Nuestras huellas quedarán marcadas por siempre”, es el lema pintado en el ingreso. Las estatuas de los primeros estudiantes, Chicho y Zulú, dan la bienvenida. “Los que hacen guardia por las noches dicen que giran sus cabezas”, comenta Delgadillo, con dejo de suspenso.

El teniente coronel es potosino y dirige este lugar desde hace tres años. Su brazo derecho es el teniente Jimmy Quiroga, el líder de los instructores. La construcción se extiende en dos hectáreas y cuenta con dormitorios, auditorio, una biblioteca virtual, lavandería, cocina, comedor, canchas y pistas atléticas, clínica veterinaria y el bloque de caniles, que tiene espacio para 50 perros y donde no paran de ladrar los miembros de la promoción de 2011.

En la cúspide de una torre está inscrito el código internacional K-9, que reconoce a las reparticiones que trabajan con los “mejores amigos del hombre”. Más todavía, la letra K (de kilo) identifica a los policías guías que se preparan en esta academia. O sea, ellos son “kilos” y lo único que los diferencia es el código numérico (K-11, K-25, etcétera). No existen privilegios en el curso de régimen cerrado que dura tres meses, no hay grado que valga: todos son “kilos”.

Canes hiperactivos y juguetones

El despertador diario suena a las 04.30 y las camas reciben a sus huéspedes a las 21.30. La capacitación es personal. Cada guía recibe un perro criado en esta unidad, del cual es responsable en su alimentación, salud, limpieza, protección. Al final del trimestre, ambos se titulan y están listos para emprender la lucha antidrogas hasta que les llegue la jubilación; una amistad que dura, generalmente, hasta el fin de sus días.

“Hemos nacionalizado las técnicas internacionales de adiestramiento de canes”, comenta Delgadillo. El “método boliviano” fue hilvanado por instructores que viajaron a especializarse en otros confines, como Alemania, Italia, España y Guatemala. Tomaron luego lo bueno de todo lo aprendido para la creación de un procedimiento que se ha hecho famoso y es requerido a nivel nacional y fuera de las fronteras, y guarda un secreto simple: apela al juego.

Los canes tienen igualmente un código. Todos los hermanos poseen nombres que comienzan con la misma letra, pero terminan con diferentes números. Así, Francis 651 es consanguíneo de Flores 680, pastores belgas malinois que ya pasaron los vestibulares y son flamantes universitarios. “Buscamos entrenar a los mejores perros antidrogas”, subraya Quiroga. Para ello, ejercitar a estos animales se ha convertido en una ciencia que se inicia en la procreación.

Blanca González no pudo tener mejor suerte. La veterinaria trabaja allí 11 años y cuida del nacimiento y la salud de sus “ahijados”. Conoce el historial de cada uno de los habitantes de cuatro patas del sitio. “Aquí se realiza todo el círculo, desde la reproducción, la maternidad, la crianza, hasta el adiestramiento de los canes”, dice, mientras limpia su bata impregnada de dibujos de Scooby-Doo. Para contar con los mejores estudiantes, se eligió a padres que garanticen buena herencia genética.

La sala de maternidad acoge a Tita, la golden retriever que acaba de tener nueve cachorros. Es de las más mimadas porque todos sus bebés son futuros oficiales. “Tiene excelentes camadas y es una abnegada madre”, relata González, y explica que la preparación de los perros comienza desde el vientre materno, cuando los instructores les hacen escuchar música, órdenes, silbidos, para que se acostumbren al ruido y sean sociables.

Tras nacer, permanecen entre 45 y 55 días al lado de sus progenitoras, y luego salen al exterior para empezar la fase de crianza bajo las directrices de los tutores, en la que demostrarán si son merecedores de ser parte de los cursos universitarios. La primera etapa puede ser entendida como los vestibulares, en la cual se hace hincapié en el “engrandecimiento de impulsos” y los cachorros son sometidos a varios ejercicios que los inducen a ser obsesivos por el juego.

Mientras más hiperactivos, mejor. Mientras más adicción por morder y sujetar su “juguete” (una toalla para empezar), más opciones de aprobación. Es como si los cuadrúpedos intentaran cazar a su presa, se despierta en ellos el instinto de su antecesor, el lobo, que atrapa al conejo y no lo suelta hasta su cueva. En esto es crucial la labor de los instructores y guías, que no paran de animar con gritos y se divierten y revuelcan en el pasto junto a los postulantes caninos.

“Éste posee una presa increíble”, opina el subteniente Carlos Cuéllar cuando mira a Fedra, una pastor belga malinois que está suspendida en el aire, mientras su mandíbula apretuja con fuerza el juguete jalado por el instructor. Quiroga indica que en esta etapa se pretende la ampliación de tres impulsos esenciales en los canes: que agarren el juguete, que retornen al educador tras lograrlo y que rastreen, olfateen, cacen.

Las claves del método boliviano

No todos los aspirantes pasan al siguiente nivel. “Hay un promedio de descarte de cachorros que llega al 20%, lo ideal es que sea de entre el 25 y 30% porque queremos a los mejores”, informa González. Los “aplazados” pueden ser adoptados por personas que mandan su solicitud a esta academia, y se realiza un seguimiento de los beneficiarios para verificar si el expostulante está siendo bien tratado; si no, retorna a El Paso.

La guía boliviana “Kilo 17” no para de animar a Chino, un labrador oscuro cuyo hermano, Nacho, se quedó en los vestibulares. Lo hace en quechua.

“Enseñamos a los perros en varios idiomas”, advierte Delgadillo. El can rastrilla una parrilla de madera. De pronto, aparece el juguete manipulado a través de una pita: una toalla envuelta cual si fuera un hueso. Se vuelve loco y recibe abrazos y caricias de su acompañante.

Los cuadrúpedos universitarios pasan a la segunda etapa de sus estudios a los cinco o seis meses de edad, tras cambiar dientes. Allí, sus juguetes también pueden ser una pelota o un tubo de madera. Además, son presentados a sus futuros compañeros de egreso, de trabajo, de vida: los guías, que siguen avivando en ellos los impulsos de la anterior fase. Lo nuevo es que los objetos lúdicos son impregnados con el olor de compuestos químicos similares a la droga.

Se llaman “pseudodrogas” y evitan que los perros se intoxiquen y comiencen a distinguir la marihuana del clorhidrato y la pasta base de cocaína. Un juego de niños para ellos, si se toma en cuenta que tienen unos 220 millones de células olfativas en su hocico, mientras que los humanos sólo poseen 50 millones de estas células en la nariz. “Está claro que no usamos sustancias reales, no drogamos a estos animales, como piensan muchos”, dice Delgadillo.

La idea es que el perro hará lo que sea por encontrar su juguete. O sea, cuando se ponga a rastrear objetos o ambientes, no buscará estupefacientes, sino esta recompensa que aparece de la nada por habilidad del guía, que emula la destreza de un mago. “No podemos dar comida como premio, tendríamos canes obesos”, aclara Quiroga. La motivación y la alegría de los guías son clave para afinar esta destreza.

El teniente Juan Cossío confiesa que hay canes que desarrollan estas habilidades en un día, y otros, en semana y media. “Hace mucho la condición de los sementales”, pero, “el animal tiene que desarrollar sus instintos de forma natural, no puede ser obligado”. La explotación canina está vetada entre los uniformados que son parte de este centro policial. Para ellos, los perros deben cumplir su labor de rastrillaje de forma voluntaria; por diversión, por placer.

Delgadillo y Quiroga intercambian una mirada cómplice cuando muestran la Red House (Casa Roja), el área cerrada de entrenamiento para combate urbano, único en Sudamérica. Allí se ejercitan grupos de élite que aprenden cómo rescatar rehenes, neutralizar terroristas o enfrentarse bala a bala con los narcotraficantes. Las paredes móviles forman 12 tipos de laberintos, en los que los perros también aprenden a hallar las drogas en medio del fuego cruzado.

Unas gradas llevan al cuarto donde “Kilo 32” y Chester están rodeados de pirámides de madera con un hueco en la cúspide. La guía colombiana inspira con adulaciones al golden retriever beige, que mete su hocico en los agujeros. De pronto, se sienta en frente de un baúl. Ha hallado la droga. La patrullera se acerca y simula que del hoyo salta la toalla en forma de cilindro. “¡Esa mi vida, esa mi amor!”, son las lisonjas que le grita, mientras el can no suelta su juguete.

Otro paso de la segunda etapa de adiestramiento involucra que los perros asocien de mejor manera los distintos olores de los estupefacientes y aprendan a sentarse o echarse como señal de alerta, cuando detectan que algo no huele bien. “La posición pasiva del animal permite que no lastime al sospechoso y que no muerda e ingiera la sustancia; es una novedad para los alumnos de otros países, porque es difícil y requiere de perseverancia”, remarca Delgadillo.

Para que los canes la aprendan, los guías recurren a la expresión inglesa seat (sentarse) y a presionar la cola. Cuando logran que se sienten o se echen en el piso, deben recompensarlos con su juguete y los mimos. “El perro hará lo que uno quiera por su objeto de recompensa”, dice Quiroga. Los cuadrúpedos se toman hasta 15 días para adquirir esta costumbre y a los que no logran asimilarla, se les retira del curso y se acogen a la opción de ser adoptados.

Las cajas piramidales de madera tienen su historia. Son parte esencial de la técnica made in Bolivia y fueron inventadas por un oficial de la Policía. “Es uno de los secretos para la capacitación de los perros, porque de ellas emergen el aroma de la droga y, a la par, pero en apariencia, el juguete”, revela Delgadillo.

Inclusive, estas creaciones fueron patentadas a nivel internacional.

Niky, el prototipo de la perfección

Al salir de la Red House, el teniente coronel adquiere un tono solemne. Se dirige a un sendero. Al fondo está el cementerio de perros. “Aquí descansa el mejor amigo del hombre”, reza una leyenda, junto al rol de universitarios y egresados caninos que pasaron a mejor vida. “Venus fue la última enterrada. Los instructores o guías reciben la orden de hacer la tumba y la lápida de sus amigos; incluso vienen a dejarles flores”.

El mausoleo fue erigido hace siete años y allí yacen, por el momento, los cuerpos de Chicho, Choco, Milton, Tika, Rubia, Kimba, Ecko, Zulu, Jesicca, Molly, Dolly, Tina, Nero, Wally, Nena y Venus. Una imagen de San Roque resguarda la entrada. El día de este patrono de los canes, 16 de agosto, se celebra con una misa y con doble ración de alimento para los alumnos de nariz húmeda.

El teniente Cossío no olvida que a su ingreso al lugar, en 2007, había gente que aún llamaba “robaperros” a sus colegas. El origen de este nombre se remonta a los años 80, en La Paz, cuando los instructores se untaban las piernas con el líquido secretado por las perras en celo, para caminar por las calles.

Volvían bajo el acoso de decenas de ejemplares machos, de entre los que elegían a los futuros detectores de droga.

“Eran las famosas batidas. Si el can reunía las condiciones, era reclutado”, cuenta. Hoy, se recurre a los sementales y las reproductoras para tener a lo más selecto, estudiantes cuadrúpedos que deben gran parte del aprendizaje a sus guías. “Ellos deben ser pacientes, alegres, imaginativos, tienen que gustarles los animales. Inclusive hay guías serios que aprenden a ser alegres gracias a las picardías de sus perros”, subraya Quiroga.

Él se capacitó en Alemania, de donde llegó con Niky, una pastor belga malinois que detecta diez olores, desde pasta base de cocaína hasta drogas sintéticas, entre ellas “éxtasis”. Su adiestramiento continuó en territorio boliviano y es el prototipo de la perfección canina a la que apunta la academia. En otras palabras, si de títulos se trata, esta profesional llegaría a tener uno de Doctora summa cum laude (“con máximas alabanzas”, en latín).

Niky no necesita de correa para los rastrillajes, sólo escuchar las órdenes en alemán. Quiroga le muestra su juguete, la perra se sienta en dos patas y no quita los ojos de éste, mientras el teniente simula que oculta el objeto en uno de los tres autos del patio. Al rato, la pastor belga los ausculta con su olfato. En pocos minutos, halla las sustancias controladas y recibe su recompensa y el cariño de su amo. “Es una máquina, a eso queremos llegar”, susurra Delgadillo.

Los canes que candidatean a graduarse siguen su capacitación con la revisión de equipajes y paquetes con drogas. Otros se especializan en hallar explosivos, técnica que varía en que el animal rastrea la pólvora y opera separado de su guía, que lo dirige a distancia por el riesgo de que la bomba explote. Cuando el perro halla algo sospechoso, se sienta o se echa, y el patrullero llama a un equipo de desactivación de explosivos.

No hay horarios para los entrenamientos entre guías y canes. Cuando su aprendizaje alcanza la cima, son enviados a aplicar sus conocimientos en vivo, sea en puestos de control carretero o en los aeropuertos. Es la tercera etapa de la capacitación, la parte culminante, tras la cual alistarán sus togas y birretes. “No es nada fácil, son tres meses de dedicación, tanto de parte de los policías como de los animales, donde adquieren orden y disciplina”, matiza el jefe de la unidad.

“Todos los guías bolivianos o del extranjero se van de aquí con su perro”, añade Delgadillo, “o sea, estamos exportando perros especialistas en esto de la lucha contra el narcotráfico”. Por esta razón, este Centro de Entrenamiento Internacional de Especialidades Caninas es un referente mundial. Y a diferencia de la objeción a la “fuga de cerebros”, Delgadillo mira con buenos ojos la “fuga de olfatos” a otros confines, desde donde, cotidianamente, llegan noticias de los hallazgos hechos por ejemplares que nacieron y se titularon en esta universidad.

“Kilo 32” es autorizada a dejar el anonimato. Se llama Herlandy Miranda y es una patrullera colombiana que ha quedado cautivada con el método impartido y con su nuevo amigo, Chester. “Los canes de aquí asocian rápidamente el olor de los narcóticos. En abril, partiré a mi país con mi perro, que será el segundo, ya que allá tengo a uno que rastrea explosivos”, confiesa. Es una de las mejores alumnas, y Chester, es de los que apunta a un diploma a la excelencia.

Delgadillo remarca que estos profesionales de cuatro patas son los “soldados anónimos” de la guerra antidrogas y desenfunda las estadísticas para resaltar su trabajo. En 2010, los canes titulados permitieron arrestar a 99 civiles e incautar casi 1,2 millones de gramos de cocaína y 110.814 de marihuana en Bolivia. El primer trimestre del anterior año, ayudaron a aprehender a 167 personas y secuestrar más de dos millones de gramos de cocaína y 140.735 de marihuana.

Los futuros expertos en rescates

“Ya van tres generaciones de perros detectores de narcóticos que partieron a otros rumbos”, manifiesta el teniente coronel, que ha sabido sacarle el jugo a la ayuda económica proveída por el Ministerio de Gobierno y de la agencia estadounidense NAS. Pero todavía hay sueños por cumplir. El proyecto inmediato es para octubre: el curso internacional del método Halcón, para el adiestramiento de guías y canes en la búsqueda y rescate de personas que fueron víctimas de desastres naturales. Ya hay solicitudes de alumnos de varias naciones.

Otro plan pretende fortalecer el área de la maternidad canina, para mejorar más la herencia genética y la camada de cachorros. Aparte, por orden del director nacional de la FELCN, coronel Gonzalo Quesada, se busca ampliar el brazo social de la institución con la incursión en la canoterapia, con la visita de los perros amaestrados a albergues de personas con discapacidad, sobre todo niños; algo que ya se realiza con la dependencia en el barrio paceño de Aranjuez.

Los ladridos se apoderan del ambiente. La bulla sale del bloque de caniles, donde los flamantes profesionales esperan la llegada de sus guías para la partida. Allí, el oficial Bronco espera pacientemente el día de reunirse con su amo y pasar al servicio pasivo. Si hablara, sería la fuente obligada para contar la historia de este exitoso centro de adiestramiento, una especie de Doctor Honoris Causa que pasó por esta universidad canina boliviana que titula olfatos for export.

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