EN EL ALTO | LA POBLACIÓN AIMARA SIGUE PRACTICANDO EN EL S.XXI RITUALES ANCESTRALES EN UNA LENGUA MILENARIA, CON EL FUEGO PRESENTE Y SACRIFICIO DE ANIMALES PARA LA MADRE TIERRA.
Para alguien ajeno a las tradiciones aimaras, es fascinante observar un ritual en una lengua milenaria, con el fuego siempre presente y frecuentes sacrificios cruentos de animales como gallos o llamas.
En la escenografía y en los protagonistas de las ceremonias, el visitante podrá apreciar la mezcla cultural y religiosa, capaz de plasmar en imágenes parte de la historia boliviana de los últimos siglos, incluida la mercantilización globalizada.
La práctica y visibilidad de estos rituales se han visto impulsadas en los últimos años gracias a la recuperación de los valores indígenas que vive Bolivia, especialmente desde que Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) llegaron al gobierno en 2006.
Se aprecia una suerte de sincretismo cultural entre lo aimara y lo occidental que recuerda mucho a la fusión religiosa que comenzó a gestarse en estas tierras ya en el siglo XVI, entre cultos precolombinos y el catolicismo español.
Los rituales se suelen llevar a cabo en lugares conocidos con el nombre de “apachetas”, situados en los puntos más elevados de las poblaciones y pasos de montaña, considerados sagrados por ser ahí donde, según los aimaras, moran las deidades.
En El Alto, de casi un millón de habitantes, ese lugar es una zona desértica en los confines de la ciudad, junto a una carretera que se pierde de vista en una gran meseta a medida que avanza hacia la Cordillera Real Andina.
Muchos de los habitantes de esta urbe, la de mayor crecimiento y pobreza del país, se suman a la vecina La Paz para acudir hasta ese lugar en fechas señaladas, con la intención de realizar su ofrenda a la Pachamama (Madre Tierra).
Una hilera de pequeñas y humildes casetas blancas aparecen como las únicas construcciones del lugar, curiosamente decoradas en el exterior con carteles publicitarios de una conocida marca de cerveza.
En estas viviendas habitan quienes participan del negocio de la tradición, vendedores de madera para las hogueras del ritual, de animales como llamas, pollos y gallinas para los sacrificios. Y, por su puesto, de la conocida marca de cerveza.
Los “yatiris” o “amautas” (chamanes de la cultura aimara) ofician los rituales, muy mercantilizados. Están colegiados y portan sus correspondientes licencias, otorgadas por el Instituto de Amawtas de Bolivia.
SACRIFICIO DE LLAMA ADULTA
Cobran entre 120 y 200 bolivianos (de 12 a 20 euros, de 17 a 28 dólares) por un ritual sencillo para una sola familia. Pero los precios varían en función del número de personas y de si se incluye un animal en la ofrenda. Por ejemplo, contratar una “ch'alla” (bendición) con el sacrificio de una llama adulta puede costar 600 bolivianos (60 euros, unos 85 dólares).
Como destaca el antropólogo y sociólogo David Mendoza, “en todas partes de Bolivia ha ingresado el capitalismo, en unas con mayor impacto y en otras con menor impacto. En estos lugares hay una circulación de dinero, y el trueque. Pero también hay rituales que tratan de recuperar una memoria esencialista”
“Lo importante –continúa- es la readaptación que ha habido a las necesidades de su cultura y de su tradición. Puedo decir que es muy difícil que se abstraigan los indígenas hoy día de la modernidad que estamos viviendo todos.”
Agosto es uno de los meses más señalados en el calendario aimara. Según la concepción andina, durante ese mes la Pachamama tiene hambre y los espíritus que en ella habitan están inquietos; por ello es necesario ofrecer un ritual que sacie su apetito y calme a las deidades.
Este ritual conocido como "ch'alla" es una ofrenda a la Pachamama con la intención, originalmente, de pedir protección o buenas cosechas. Y como agradecimiento a la Madre Tierra, por todo lo que de ella se recibe.
Los tiempos han cambiado y con ellos los motivos por los que se realiza el ritual. Además de las originales, las ofrendas también buscan prosperidad y buenos augurios para una nueva casa, un vehículo o un negocio, respondiendo a las necesidades de una población urbanizada y occidentalizada.
Campesinos, ganaderos, conductores, comerciantes, profesionales y empresarios, entre otros, acuden a las apachetas para que los “yatiris” trasladen sus peticiones a las deidades.
"Caminamos sobre la Tierra y estamos constantemente sobre la carretera; por eso tenemos que agradecer, a eso venimos", comenta un chófer de autobús al término de su ritual en El Alto, adonde acude todos los años con su familia para realizar la ofrenda de agosto.
El “yatiri” coloca una botella de cerveza en cada uno de los cuatro puntos cardinales, en representación de los elementos fundamentales de la vida, según la cosmología aimara: agua, aire, tierra y fuego.
En el interior del cuadrilátero se coloca una pila de madera que arderá con ayuda del alcohol puro mientras el “yatiri” traslada a la Pachamama las peticiones de sus clientes.
El grado de oscuridad de las cenizas que resulten de la quema de la madera determina la suerte de quienes protagonizan el ritual.
FETOS DE LLAMA
En caso de haber sacrificios de animales pequeños, como pollos o “sullus” (fetos de llama), éstos se colocan sobre las tablas de madera antes de que comience la hoguera.
Aunque cada vez son menos frecuentes, los sacrificios de llamas adultas se siguen realizando. Para ello es necesario cavar un hoyo en la tierra antes de que comience el ritual, con la intención de que el cuerpo de animal quede enterrado en ese lugar al terminar la ceremonia.
Los “yatiris” cantan al viento sus oraciones mientras rocían la madera con alcohol puro para encender el fuego.
Luego se repiten las frases y se rodea la hoguera una y otra vez, hasta que llega el turno de “ch’allar” a los clientes. Entonces, uno por uno, todos deben llenar un vaso con cerveza, tomar un primer trago, luego rociar un poco sobre cada una de las esquinas que conforman el cuadrilátero, beber de nuevo y lanzar a la tierra el resto de la cerveza que quede en el vaso.
Los contrastes visuales más significativos se producen cuando los jefes y trabajadores de empresas, especialmente del transporte, acuden a los “yatiris” para realizar sus rituales pidiendo suerte y prosperidad para el negocio.
Se pueden ver grupos de gente con traje y corbata colocando un feto de llama sobre la pila de madera dispuesta para la hoguera, ante una fila de coches nuevos, algunos con símbolos religiosos católicos, aparcados para ser “ch’allados” con cerveza.