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domingo, 12 de julio de 2015

Pascual Choque, 35 años en el Centro de Adiestramiento de Canes

Pascual Choque ingresó a la Policía por su "patada de mula”, según él mismo confiesa. No era hábil con el balón, pero cómo corría y cómo chutaba, siempre con el ojo puesto en el ángulo de la portería. Desde que llegó a la institución verde olivo, el 1 de mayo de 1979, se enamoró de los perros, con quienes convivió durante sus 35 años de servicio. Nunca se movió del Centro de Adiestramiento de Canes.
Pascual, de 59 años, hace memoria con su gorra de piel de víbora, de katari, diría él mismo. Fue el año 79. Para entonces él era todo un "siete ligas”. Jugaba en la cancha del Tejar, Fígaro, Achachicala y en el Matadero. En una de esas, el cabo Mayta le preguntó si quería trabajar de policía. Lo llevó al Centro, que se había fundado 14 años antes y para entonces se ubicaba en la Anapol, y lo presentó al comandante, el capitán Carlos Gamberos.
"¡Cuidado llokalla que no metas gol!”, le dijo Gamberos. Ese fin de semana Pascual demostró su valía encajando dos goles al equipo contrario. El lunes, el capitán le dijo: "¡Acá tienes que cuidar perros, muerden! ¡Este es tu perro, este es tu hijo! ¡Tienes que decir hijo!”. "¡Hijo!”, contestó Pascual, y comprobó que sí mordía. De recuerdo le queda una hendidura en su pierna bronceada.
Dio un examen escrito en la oficina del comandante, aprobó, le dijeron que ya era policía y le entregaron su uniforme. Decidió quedarse con ese grado, de policía, porque no quería pagar 350 dólares para ascender a cabo. Dice que nunca le gustó dar ni recibir un centavo si no correspondía.

Al poco tiempo el Centro de Adiestramiento de Canes se trasladó al DP4, cerca de la calle 8 de Calacoto. Allí Pascual vivió buenos y malos momentos. En la década del 80 vio morir a unos 47 perros que vomitaban sangre. Les dio leptospirosis, una enfermedad zoonótica. "Estaban bien y al cachito botaban sangre y se morían. Sólo se salvaron tres”, cuenta.
Uno de los que se salvó fue su perro, Socal, un pastor alemán que sobrevivió gracias a un mate. Al resto los enterraron cerca de la cancha Gramadal.
Después vino la inundación de febrero de 2002. Era su día de descanso, y desde la terraza de su casa, en Bella Vista, vio que el DP4 era una laguna marrón. Salió volando para salvar a su cachorro, Cafú. Cuando llegó, la madre estaba muerta en su canil, pero sus compañeros lograron sacar al cachorro. Ese día, ocho perros se ahogaron.
En sus 35 años de servicio al menos 13 perros pasaron por las manos de Pascual. Recita los nombres con miedo de olvidar alguno. "Jack, Socal, Guardián, Rex, Surullo, Roque, Kaiser, Titán, Cafú, Bruno, Esquiper, Pepe y el último es Mark”. A todos les enseñó a detectar explosivos.
Pascual no conoció a su madre. En su pueblo, Asasilo, provincia Omasuyos de La Paz, lo criaron con leche de cabra. Para vencer sexto de primaria se despertaba a las 3:00 y caminaba ocho horas cada lunes hasta el siguiente pueblo, Warisata, donde estaba internado. En séptimo abandonó el colegio porque su padre no pudo comprarle el traje azul marino para el 16 de julio. "Ya no volví más”, dice, y se fue a Tipuani a buscar suerte, a buscar oro.
Los mineros descubrieron su velocidad y su "patada de mula”. Así conoció las canchas de Guanay, Caranavi, Mapiri, Teoponte, Palos Blancos, la cerveza y el cigarro Astoria.
A sus 21 años, en 1977, decidió ingresar al cuartel, abandonó el oro y llegó a la ciudad de La Paz. Sirvió a la patria y después buscó trabajo como albañil hasta que el cabo Mayta le ofreció ser policía a cambio de que jugara fútbol para ellos.
Pascual se jubiló el 9 de mayo de 2014. No se arrepiente de ser policía, pese a que cuando era joven odiaba el uniforme. "Eran malos pues. Una vez me apalearon en la Buenos Aires porque estaba mareado con mi primo”.
Pero al final le gustó. Dice que, para él, su obligación será siempre ayudar a los demás, aunque ya no esté de servicio.

Cuenta que a principios de este año, ya jubilado, vio cómo, en plena tarde, ahorcaban a un borrachito en la 12 de Octubre de la ciudad de El Alto. Como buen adiestrador de canes llevaba una correa consigo. La sacó y comenzó a castigar al "cogotero” que escapó. Pascual se aguantó los gritos de una señora que le reprochó la violencia y se ganó 50 bolivianos de los 5.000 que llevaba el borrachito, quien acababa de cobrar el sueldo de dos meses.
De sus tiempos como adiestrador de canes, lo que más extraña son los aplausos de la gente cuando se presentaba "con el Pepe o con el Skiper” en alguna demostración. Sus ojos se le llenan de lágrimas con esos viejos recuerdos. "Esto es triste. Ahora ya nadie me dice nada”, lamenta.


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