A ruma es un niño mimado. Tiene cinco años, mide un metro ochenta y pesa como 150 kilos, pero corre presuroso cuando su ‘madre’ lo llama. “Aruma, ven Papicho”, le dice Vicky Ossio y este mueve su cuerpo y se acerca a ella a recibir un maní. Aruma no sabía que era un oso jucumari hasta hace dos meses, cuando a Vicky se lo ocurrió llevarle el olor de Tipnis, una osezna de 14 meses, hasta su espacio. “La olfateó y se quedó quieto, seco, como triste. Creo que recordó su infancia”, especula Vicky, dueña de La Senda Verde.
Aruma (noche, en aimara) fue rescatado en Quime cuando tenía seis meses. Había sido separado de su madre por campesinos que pensaban criarlo como mascota. Estaba flaco y mal alimentado y como no había otro lugar donde se quede, fue alojado en La Senda Verde. En ese momento, Vicky y su esposo, Marcelo Levy, asumieron el reto de criar a un jucumari en medio de un refugio dominado por monos y loros, de aprender cómo alimentar a este peluche negro con anteojos pardos de 60 centímetros que les había llegado e iniciaron una aventura que salió bien.
Ahora Aruma vive en un encerrado de 1.600 metros cuadrados y se comporta como todo un señorito francés. Cuando Vicky le ofrece un maní, el oso lo toma con mucho cuidado con los incisivos, lo deja caer para atraparlo con sus garras de las patas traseras, rompe la cáscara y con las garras delanteras, unas uñas largas, gruesas y negras, como cuchillos de bronce sin pulir, toma maní por maní y lo lleva a la boca. La operación la repite con una mandarina, la cual pela y la divide en rajas para saborear el cítrico.
Se puede decir que Aruma es un tipo ordenado. Tiene limpio su espacio y las únicas veces que pierde los modales es cuando le alcanzan una bromelia, una planta parecida a la sábila, de la misma familia de la piña. Ahí el oso debe utilizar su fuerza para desgarrar las hojas hasta llegar al tallo tierno, todo un manjar para él. El otro momento en que pierde los papeles es cuando un humano de su tamaño y grosor se acerca a su enmallado. Aruma se siente retado y demuestra su fuerza sacudiendo la malla olímpica que rodea su jaula, que siempre tiene la puerta abierta.
Tipnis es menos delicada. La sandía que le dieron de desayuno está por el suelo de su jaula de unos 12 metros cuadrados, incluso en su bañera. No se queda quieta ni un momento y saca la garra para tratar de alcanzar a los mirones.
Tipnis tuvo un destino parecido al de Aruma. A los seis meses fue rescatada de una comunidad chuquisaqueña cerca del Incahuasi. Estaba enferma, con diarrea y tan desnutrida que su pelaje en lugar de ser negro era pardo.
Llegó a La Senda en octubre del año pasado, una semana después del paso de la octava marcha indígena y por ello le pusieron Tipnis. Pesaba menos de cinco kilos y ahora tiene 25 kilos bien distribuidos en sus 70 centímetros.
Vicky cuenta que Tipnis salió mucho más traviesa que Aruma. El oso pasó sus primeros años suelto en La Senda y se quedaba cerca de la casa de Vicky y Marcelo. Solo lo encerraban por la noche, pero Tipnis es mucho más arisca y pendenciera, por lo que tuvieron que ponerla en una jaula.
Ahora podrá conocer a Aruma. Tipnis será sedada y llevada de su cuarto de 12 metros cuadrados a una mansión de 680 metros. Allí tendrá una piscina, árboles y uno de su especie de vecino. Aruma estará a unos metros de distancia.
El traslado de Tipnis tiene en vilo a todos los de La Senda Verde, pero Marcelo parece inmune a dicha revolución. Está arriba, en la zona de los primates, rodeado de monos y con un capuchino alzado. El pequeño mono es posesivo, le sube a la cabeza, se le lía en el cuello, le hurga los bolsillos y se molesta cuando charla con otras personas.
Mimada. Tipnis es una osezna de 14 meses de edad y 25 kilos de peso. Llegó a La Senda con solo cinco kilos y problemas de desnutrición crónica
“Si alguno se les sube no le presten atención y hagan lo que hagan, no le digan ‘no’. Eso no les gusta”, recomienda Marcelo. Con Vicky, Marcelo ideó un proyecto ecoturístico en 10 hectáreas que compró abajo de Coroico, sobre la carretera de la muerte. Era el escape de un administrador de empresas de La Paz, un lugar para que los gringos, israelíes y asiáticos que se arriesgan a bajar la carretera de la muerte en bicicleta tuvieran donde alojarse al final de su travesía. Cuando comenzaron a construir las cabañas se dieron cuenta de que había muchos animales silvestres de mascota. Marcelo convenció a un camionero que le entregara un marimono que llevaba consigo, que ahí iba a estar mejor.
Antes de Navidad ya tenía cuatro a su cargo y decidió cambiar la orientación del proyecto. El ecoturismo pasó a segundo plano y La Senda Verde se convirtió en un refugio de animales silvestres maltratados por el hombre, que además tiene seis cabañas para alojar personas. El hotel es un vehículo para conseguir fondos para atender a los animales y el visitante puede pasar unos días viendo parabas y loros volando libremente por el lugar, compartiendo con monos que se creen dueños del complejo, admirando a dos osos andinos o a un tucán de copete azul.
El turismo es manejado con pinzas en el lugar. Solo reciben a ciclistas de una sola empresa, por lo que nunca pasan de 10 o 12 por día. Los que llegan tienen derecho a bañarse en las duchas de La Senda, una visita guiada, una comida y bebidas sin alcohol. Los que se alojan en el complejo no pueden consumir bebidas alcohólicas, ni llevar comidas de otros lugares, hacer fuego o un churrasco. Eso irritaría a los animales.
Para poder costear el mantenimiento de los más de 300 ejemplares refugiados en el lugar, La Senda cuenta con un programa de voluntarios, la mayoría llegados desde Europa, que se quedan dos semanas y ayudan con los quehaceres, desde construir puentes, reparar la infraestructuras hacer mantenimiento a las jaulas y alimentar a los animales. A cambio de su trabajo no reciben una paga, sino más bien pagan por hacerlo.
La alimentación de los animales es una tarea larga. A las 8:00 se les sirve el desayuno. Las aves reciben fruta picada envueltas en hojas de plátano, los monos cereales y frutas para mantenerlos sanos introducidas en botes para que se distraigan abriéndolos, pero los reyes, los más mimados, son los osos. Aruma recibe granola, queso, frutas y bromelias tres veces por día para mantener su figura de 140 kilos. Además, en su mansión crecen árboles y retoños para el postre y tiene troncos a los que puede trepar. Iván Rodríguez, el veterinario de guardia, cuenta que antes subía a los árboles y armaba camas doblando las ramas.
Ahora ya no lo hace, está muy pesado como para que alguna rama lo aguante. Iván llegó a La Senda con los animales de tierras bajas que fueron rescatados del zoológico de Oruro. Ahora muestra lo bien que se han adaptado las tortugas trasladadas y explica que los loros revolotean por todo el lugar. También manipula una boa constrictora de unos tres metros que tiene su jaula cerca de la de dos monos nocturnos, que no pueden dormir porque comparten jaula con un tití hiperactivo que no se queda quieto.
Felino. El margay es una especie de jaguar miniatura con cola larga. Es uno de los residentes enjaulados de La Senda y tiene como vecino a un gato montés
En realidad, los monos de La Senda viven su propia telenovela y están exaltados por un reciente ‘golpe de estado’. Cacao, un marimono, fue desbancado como macho alfa por Canelo, un aullador enorme, que casi lo mata en combate. Cacao tuvo que ser ‘zurcido’ por Iván y ahora está enjaulado por su protección. Canelo no está convencido de su abdicación y da vueltas alrededor de la jaula esperando que alguien se descuide y lo deje entrar o que Cacao salga. “El marimono era enorme, pero se ha achicado, supongo que debe ser algo hormonal”, cuenta Iván.
Vicky explica que los monos tienen su mundo y sus códigos. Por ejemplo, cuando va de visita una mujer de pollera a La Senda, los voluntarios deben estar alertas y no se le permite visitar el área de primate. Los monos de La Senda odian las polleras y se ponen agresivos y hasta pueden atacar si una se les cruza en el camino. Vicky supone que uno de los refugiados fue mascota de una mujer de pollera y sufrió maltrato.
Al llegar al refugio transmitió su odio al resto de la manada que ahora advierte peligro cuando una pollera se acerca. Para Marcelo, este tipo de cosas deberían enseñar a los humanos que los animales silvestres no son mascotas. Pone como ejemplo al capuchino que tiene en los brazos. Esta especie de monos es considerada la más inteligente de Sudamérica. Eso hace que sean utilizados como animales de laboratorio, de entretenimiento o como mascota. Por lo general son atrapados cuando aún son bebés y al principio parecen la mascota perfecta, juguetona y cariñosa, pero a los pocos años crecerán y tendrán colmillos grandes y filosos.
También maduran sexualmente y se vuelven territoriales y agresivos. Con el primer ataque la familia comienza a amarrarlos, maltratarlos o definitivamente lo abandona. Así estos monos terminan en zoológicos o en centros como La senda. Marcelo sabe que por más que La senda tenga todos los permisos para tener animales y que se esfuerce por darles una buena vida, su centro no es una solución, sino un parche. “La solución sería que la gente dejara de adoptar como mascota a animales silvestres. Estos animales no pueden volver más a su vida silvestre y deben quedarse en centros como este”, dice.
De escuchar a Marcelo, no habrá nuevos Tipnis ni Aruma a quien cuidar y adaptar a una vida de semilibertad, pero por ahora, hay que trasladar a la osezna. Tipnis es sedada y trasladada sin problemas a su nuevo espacio. Antes de disfrutar de su mansión, deberá aprender a utilizar la cerca eléctrica, unos alambres con corriente alterna que dan unos toques parecidos a la electricidad estática que nos ‘patea’ cuando hace frío. No tiene la potencia para lesionarlos pero son inteligentes como para no tocarlos dos veces. Aruma la mira y pasa horas cerca de su espacio.
Los conservacionistas internacionales se frotan las manos ante un posible programa de reproducción en La Senda. Vicky y Marcelo aún no lo han decidido. Deben pensar como ‘padres responsables’ si vale la pena traer otro jucumari al mundo para que viva en cautiverio y no tienen idea aún del esfuerzo que se necesitará para que eso ocurra.
Eso será otra historia, tal vez una historia de amor entre Aruma y Tipnis, pero, por el momento, los jucumaris de La Senda Verde son solo vecinos.
No se les corta las alas, pero igual no se van. Los monos (der.) juegan en los árboles y no parece importarles ser de especies distintas
El Jucumari
Nombres comunes. Jucumari, oso de anteojos, oso andino, ucumari (tacana), juyu tyuñuj (tsimane).
Especie. Tremarctos ornatus (Cuvier, 1825)
Categoría de amenaza. Vulnerable.
Descripción. El jucumari es un animal grande, plantígrado de cabeza redondeada, hocico corto y cola inconspicua. Su pelaje es negro, pero pueden presentarse individuos de color marrón. La característica fisonómica principal de esta especie es la presencia (o ausencia total) de marcas blancas o amarillentas alrededor de los ojos (oso de anteojos) y que en algunos casos pueden cubrir hasta el pecho. El patrón de estas marcas puede ser utilizado para diferenciar individuos. Luego del tapir, es el mayor mamífero terrestre sudamericano: el Jucumari macho puede llegar a superar los dos metros de longitud y pesar alrededor de 200 kilos; las hembras, por lo general, son un tercio más pequeñas.
Comportamiento. Es un animal oportunista de actividades diurnas. Es terrestre, pero además un excelente trepador, lo que le ayuda a alcanzar y alimentarse de bromelias, bulbos de orquídeas y a construir nidos o plataformas donde puede descansar. Es tímido y solitario. Su alimento básico son plantas fibrosas y duras como las bromelias y los bambúes. En época de fructificación (diciembre-marzo), sin embargo, su dieta es, principalmente, frutos silvestres. Ocasionalmente, puede alimentarse de roedores, insectos y ungulados, lo que puede llegar a constituir el 4% de su dieta. Utiliza dormideros para descansar preferentemente en los lugares en los que se alimenta. No inverna, ya que la disponibilidad de comida es constante.
Hábitat. Esta especie habita en diferentes tipos de vegetación a lo largo de su área de distribución y su presencia ha sido registrada entre los 250 y 4.750 msnm. El Oso Andino necesita la presencia de algún tipo de bosque en su hábitat, por lo que su presencia se relaciona con bosques de altura, bosques montanos húmedos y pastos húmedos con acceso a bosque. En Bolivia, este oso habita los bosques y pastizales de toda la vertiente oriental de los Andes Tropicales, desde La Paz hasta Tarija. Sin embargo, en zonas de bosque seco montano, su presencia ha sido pobremente registrada.
Estado de conservación. Se estima que en Sudamérica existen menos de 2.000 Jucumaris en estado salvaje. Bolivia y Perú cuentan con las poblaciones más grandes al tener los hábitats menos fragmentados. Menos del 20% de su hábitat está protegido, por ello es una especie vulnerable.
Fuente: Conservación Internacional
Para ir
- Ubicación. La Senda Verde está en noryungas, a siete kilómetros de Coroico y dos de Yolosa, al final de la carretera de la muerte.
- Cómo llegar. Desde La Paz debe tomar un minibús de los que van a Coroico. Su parada es en el exsurtidor de Villa Fátima. Cobran alrededor de Bs 20 por persona y tardan dos horas y media. Al llegar a Coroico se debe tomar un taxi hasta La Senda Verde. Cobran unos Bs 30. Dicho trayecto dura media hora. El viaje se lo realiza por la carretera Cotapata-Santa Bárbara, que es asfaltada y ancha.
- Hospedaje. La Senda Verde cuenta seis cabañas con unas 30 camas. Algunas tienen baño privado y otras son de baño compartido.
- Restricciones. No está permitido llevar comida, consumir bebidas alcohólicas, hacer fogatas o parrilladas porque molesta a los animales y los pone en peligro.
- Alimentación. Cuenta con un restaurante y café, además de una sala de descanso con billar, videos y sala de lectura.
- Voluntariado. Se reciben personas que quieran colaborar. Se aprecia gente con especialidades veterinarias y carpintería, pero sobre todo gente con voluntad. Tambíén se reciben donaciones.