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domingo, 15 de julio de 2012

El negocio de las peleas de gallos

Puerto Rico, a pesar de su limitado tamaño, es hoy el epicentro internacional de las peleas de gallos gracias, principalmente, al Club Gallístico de Puerto Rico, que desde las afueras de San Juan atrae cada año a cientos de apostantes de todos los continentes.

El presidente de esa gallera, Jorge Ramos, asegura que la de San Juan es, probablemente, la más grande de toda Latinoamérica y del mundo entero, y punto de atracción para aficionados que viajan exclusivamente a Puerto Rico para acudir a las peleas que allí se celebran.

“El gallo de pelea de Puerto Rico es el mejor del mundo”, apunta sin dudarlo Ramos, tras recordar que fueron los españoles hace más de cinco siglos quienes trajeron una raza que, según dice, ha mejorado con el paso de los años.

Llama la atención que Puerto Rico se haya convertido en referencia de esta práctica, denominada deporte en la isla caribeña, por delante de países de Latinoamérica mucho más poblados.

En opinión de Ramos, algo que ha podido contribuir es que en 2007 se promulgara la Ley de Gallos, que desde entonces brinda protección jurídica a este espectáculo.

“Las peleas de gallos son parte de Puerto Rico y de nuestra cultura y es algo de lo que estamos orgullosos”, zanja el presidente de la popular gallera sanjuanera.

Costumbre arraigada

Recuerda que aunque se trata de una costumbre arraigada en la sociedad puertorriqueña y de otros países de América Latina, no es extraño ver a personas de otras latitudes, entre ellas muchos turistas estadounidenses, que se acercan a esas instalaciones para experimentar de primera mano el genuino ambiente que se respira en la gallera de las afueras de San Juan.

El Club Gallístico de Puerto Rico, cercano al aeropuerto de San Juan y vecino de los hoteles que se ubican en las playas de la capital, se convierte cada noche, en especial las de los fines de semana, en punto de reunión de aficionados de toda la isla.

Los propietarios de los gallos apuestan entre ellos, mientras que es costumbre también hacerlo entre el público a nivel particular, ya que la ley puertorriqueña no permite a las galleras organizar apuestas.

Las peleas de gallos están precedidas de una minuciosa preparación de los animales, a los que se les coloca en las patas unas “espuelas” de plástico concebidas para acelerar la muerte de las aves durante las peleas.

La normativa puertorriqueña estipula que el juez puede admitir en las peleas gallos armados con “espuelas” postizas, exceptuando de carey (hechas con caparazón de tortuga), que están prohibidas por disposición federal estadounidense.

Una vez efectuada la prueba de aptitud de los animales y colocados los gallos en el sistema de cajones para comenzar la pelea, el juez concede al público hasta dos minutos para hacer las apuestas que deseen.

Las normas también establecen que las peleas pueden interrumpirse cuando un gallo huya durante el primer minuto de combate.

Detractores

Cálculos del sector apuntan a que las peleas de gallos dan empleo a entre 50.000 y 55.000 personas en Puerto Rico, territorio donde esa actividad genera una riqueza de unos 800 millones de dólares anuales.

El negocio de las peleas envuelve desde criadores hasta veterinarios, pasando por empresas vendedoras de piensos, entre otros negocios asociados a ese mundo.

El espectáculo de las peleas de gallos, contra lo que se podría suponer, ha ganado aficionados en los últimos diez años en Puerto Rico y junto a la de San Juan hay abiertas más de un centenar de galleras de diferente categoría. Se calcula que cada año acude cerca de un millón de personas a estos locales.

La costumbre tiene, sin embargo, sus detractores también en la isla y en octubre de 2010 la legisladora Melinda Romero dio a conocer de forma pública su oposición a esta práctica.

Romero llegó a asegurar que las peleas de gallos no son un deporte y que incitan a la violencia en la sociedad.

Igualmente, fuera de la isla esta práctica también cuenta con muchos detractores, entre ellos grupos de defensa de los animales como PETA (People for the Ethical Treatment of Animals). En opinión de esta organización, esta arraigada costumbre en muchos países es “un deporte sangriento”.

Un portavoz de la organización se quejó por ejemplo en una conversación con Efe que estos animales, durante el periodo de cría, son sometidos a prácticas encaminadas a aumentar su agresividad y que después de las peleas, en muchos casos incluso aún con vida, son arrojados a la basura hasta que terminan muriendo.

Según esa organización, muchos puertorriqueños lamentan la popularidad de esa práctica en la isla caribeña, que también prevalece en otros países como Francia, España, México y Malasia.

Puerto Rico y Guam, la isla del Pacífico, son, hoy por hoy, los dos únicos territorios asociados a Estados Unidos donde se permiten la peleas de gallos, aunque hasta 2008 también estuvieron autorizadas en el estado de Luisiana.

En Puerto Rico, el Departamento de Recreación y Deportes es la entidad responsable de otorgar los permisos para operar las galleras, donde no se pueden celebrar más de 35 peleas por velada.

Las peleas de gallos son una costumbre que, al igual que en Puerto Rico, están extendidas en buena parte del continente americano, destacando entre otros países la vecina República Dominicana, donde la práctica está considerada también un deporte legalmente reconocido por las autoridades locales.

México es otro de los países con fuerte arraigo popular de las peleas de gallos y donde es fácil encontrar lugares donde se celebra este espectáculo.

Las peleas de gallos tienen su origen más inmediato en Puerto Rico en el siglo XVI, lo que coincide con la llegada a la isla de los primeros colonizadores españoles, aunque esta ancestral práctica se remonta a Asia, donde se cree que comenzó al menos mil años antes de Cristo.

En la isla caribeña, la actividad se reconoció oficialmente el 5 de abril de 1770, mediante un decreto del entonces gobernador español Don Miguel de Muesas (EFE Reportajes).

El gallo de pelea de Puerto Rico es el mejor del mundo", apunta sin dudarlo Ramos, tras recordar que fueron los españoles quienes trajeron las aves.

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