Los investigadores, de la Universidad Libre de Bruselas, sometieron a las hormigas a ondas con una frecuencia de 900 megahercios y potencia de dos watios, cantidades inferiores a las de las antenas de un teléfono ordinario. Después, las atrajeron mediante feromonas a un lugar donde encontraban comida y comprobaron si después eran capaces de volver al hormiguero llevando a sus espaldas el alimento, algo que normalmente estos animales realizan sin dificultad.
Sin embargo, los resultados revelaron que las hormigas expuestas a las ondas se desorientaban y eran incapaces de encontrar el camino de vuelta.
En concreto, los científicos calcularon que los animales perdían hasta un 50 por ciento de sus capacidades de orientación y memorización, aunque los efectos no eran irreversibles: al cabo de 30 horas las hormigas lograban recuperar parte de su capacidad.
Ante la proliferación de antenas de teléfonos y de aparatos emisores de ondas que ya son imprescindibles en nuestras vidas, muchos científicos alertan de los posibles efectos negativos sobre algunos mecanismos neurológicos.
Aunque se están realizando diversas investigaciones al respecto, resulta difícil probar estas consecuencias, que además podrían producirse a largo plazo, en humanos, y los resultados obtenidos en animales no tienen porqué ser aplicables a lo que sucede en nuestro organismo.
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